Reflexiones

“Bájense que les vamos a quemar el bus” – Un Relato de la Guerra en Colombia

November 17, 2014

1 de Diciembre de 1998
6:30 a.m.
Carretera Barranquilla-Medellín

-“Bájense, bájense que les vamos a quemar el bus”- La voz del guerrillero nos despertó al subirse al bus intermunicipal en que viajábamos 20 menores de edad y dos adultos.  El bus se había detenido minutos antes detrás de un camión y otro bus.

Sorpresa, miedo, incertidumbre.  Silencio.

-“Pero a ver… bájense, bájense”- dijo el hombre.

-“¿Y las maletas?”- grito alguno.

Silencio.

Silencio.

-“Asesinos”- gritó otra.

Ahí se acabó el silencio.  Gritos, llanto, angustia.

-“Cálmenla, cálmenla”- decían entre susurros los chicos.

-“Somos estudiantes… vamos para Medellín, necesitamos las maletas”- alguien atinó a hablar con cordura.  El hombre guardó silencio.  Su mirada se posaba rápidamente en las caras de todos.

-“Bajen las maletas, pero rápido, rápido”- dijo finalmente el guerrillero.  Un hombre de unos 35 años, pelo desordenado, piel canela y botas pantaneras amarillas.

Nos bajamos y nos miramos todos a los ojos.  Un lenguaje silencioso que conocíamos muy bien por la estrecha relación que teníamos en ese entonces. Tomamos las maletas rápidamente y corrimos en dirección opuesta a Medellín.  El objetivo era alejarnos lo más posible del bus.

Una mañana soleada y fría en la cordillera central, a menos de 3 horas del casco urbano de Medellín.  Montaña y abismo, ese era el panorama. ¡Verde y hermoso!  El paisaje al que muchos no teníamos acceso por culpa de la cruenta guerra que Colombia ha vivido por 50 años.

Corrimos por el borde de la carretera, halando las maletas y asegurándonos constantemente de estar juntos.  Mirábamos hacia atrás, hacia el bus y veíamos cómo las llamas salían por las ventanas.  Las llantas chillaban al desinflarse y nos hacían voltear la mirada.  El nuestro no era el único bus al que le habían prendido fuego en la vía, era en realidad el último de 5 buses de varias empresas que al parecer no habían pagado la extorsión a la cual eran objeto en los años más violentos de la guerra.

BUS-QUEMADO-Copiar

Este no es el mismo bus ni es de las fotos que nosotros tomamos, pero es fiel imagen de lo que tengo en mi memoria. Fuente www.minuto30.com

La osadía de la adolescencia nos permitió detenernos en algún momento para tomar fotos; para darnos unos minutos y ver que en medio de toda esa pesadilla estábamos vivos y juntos.  Tendríamos que salir de ahí de alguna forma y ya en algunas cabezas se estaban gestando las soluciones.  No había celulares.  Teníamos hambre.

A lo lejos vimos una casa color anaranjado, al lado izquierdo de la carretera, justo al voltear una curva.   Decidimos caminar hasta allá para buscar refugio, necesitábamos un teléfono, baños, ayuda, algo.  Una esperanza para seguir andando y sentir que saldríamos de allí.

Escuchamos el ruido de un motor.  Era una buseta de YAMEYA con destino a Yarumal, el pueblo que habíamos pasado antes de que el bus se detuviera.  Uno de los muchachos, que en adelante se llamará El Héroe, cruzó la carretera y detuvo la buseta.  Nos dijo que se iba hasta Yarumal a buscar otro bus que nos recogiera y nos llevara a Medellín, se fue con uno de los adultos, casi no los dejan subirse porque la guerrilla estaba en la carretera.   El miedo no sólo nos invadía a nosotros.

El Héroe se fue.  Nosotros comenzamos a compartir la comida que teníamos.  Cajas de leche y jugos, yogures, panes, paquetes de papas.  Sentimos otro motor.  Esta vez eran dos hombres en una moto.

-“¿Qué pasó?”- Nos preguntaron.
-“Nos quemaron el bus”- dijo alguno

Se fueron sin decir más.  Los dos llevaban botas pantaneras amarillas.

Seguimos caminando y nos acercamos a la curva cuando llegó un camión lleno de militares, vestidos de negro y armados hasta los dientes.

-“Es el Batallón Contraguerrilla”- dijo uno del grupo que sabía muy bien del tema porque su mamá hacía parte de las Fuerzas Armadas.

Nos preguntaron qué había pasado y les contestamos lo de siempre.

-“Métanse en la casa, quédense ahí”- fue su respuesta.

Ellos comenzaron a correr y nosotros entramos a la casa.  Nos recibieron dos o tres campesinos, les contamos nuestra odisea y nos permitieron usar el baño y esperar,  Desde la casa se veían en la distancia el humo de los buses incinerados.  De pronto se escucharon disparos.

Pánico.  Nos botamos al piso, nos escondimos de las balas y del ruido.  Esperamos, lloramos, callamos.  Cesaron los disparos. Nos levantamos y nos abrazamos.

No sé cuánto tiempo pasó, de ahí en adelante todo fue zozobra e incredulidad.  Una especie de negación en la que nadie atrevía a decir nada.  De pronto llegó El Héroe cuando eran las 10 de la mañana. Había conseguido dos busetas pequeñas que nos cobraban $7000 a cada uno para llevarnos hasta el Colegio San Carlos en Medellín donde nos estaban esperando desde las 9 de la mañana.  Nos subimos, fue realmente difícil decidir quién se iba con quién y en qué bus, habríamos querido permanecer juntos lo más posible, pero era nuestra única oportunidad de salir de ahí.

Llegamos a Medellín hacia las 12 y media del día.  El ataque contra los vehículos era noticia nacional.  En los noticieros había imágenes de los buses quemados y relatos del enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y los insurgentes.  Al llamar a mi padre sólo tuve que decirle… “papi, es que… ¿si viste que quemaron unos buses en la carretera?”, “¿uno de esos era el tuyo?”, “sí señor”… “¡qué se le va a hacer!” me dijo.  Aunque trató de disimular su angustia, era demasiado obvio que su voz se entrecortaba al hablar.

La pesadilla había terminado y pronto volvimos a la normalidad.

El tema jamás volvió a tocarse, tal vez lo contamos una o dos veces, pero fue borrado completamente de nuestra cotidianidad.  Tal vez lo reprimimos como un mecanismo de defensa ante la problemática social y política de Colombia.  Tal vez lo ocultamos para no volver a experimentar las mismas emociones y sentimientos que tuvimos ese día.  Muchos guardamos recuerdos particulares como un tesoro muy preciado y hoy tengo el honor de compartirlos.

¿Por qué?  Por que hace poco mi esposo se lo contó a los compañeros de trabajo y le dijeron que eso era medio siniestro y espeluznante.  Yo me sentí ofendida por unos días, pero me dio vueltas porque en mi cabeza yo consideraba eso “algo normal”.  Y no!  Eso no es normal.  Eso es siniestro, salvaje, sádico, cruel.  Eso es la guerra.  Eso es la guerra que nos tocó vivir a los colombianos y a la cual nos acostumbramos de la forma más insólita.

Estuvimos por más de 4 horas sin tener a dónde ir, a la deriva en medio de la carretera, lejos de nuestras familias, en medio del fuego cruzado.  En medio de una guerra salvaje que muchos han vivido en carne propia y que a otros ni siquiera les ha tocado la puerta.  Hay quienes no creen en la guerra que vive Colombia, esos son muy seguramente los que no creen en la paz.  Esos son los que han visto la guerra en televisión, los que saben por las noticias de las masacres de Mapiripán o de El Salado, pero jamás han estado en medio de los disparos, jamás han escuchado los gritos ensordecedores en la montaña, donde el eco arrastra ruidos distorsionados que se quedan grabados en la memoria para siempre.

Esos que no creen en la paz deberían irse a vivir la guerra en el corazón de las selvas y las montañas.  Allá a donde mandan a miles de jóvenes militares a defender de la barbarie a millones de inocentes.  Esos que no creen en la paz simplemente no saben lo que es la empatía o el amor por el prójimo, no saben ver el sufrimiento del otro como si fuera el sufrimiento propio o el sufrimiento de los seres que amamos.  Esos que no creen en la paz no sienten compasión porque de ser así, se darían cuenta de que esta guerra nos ha tocado a todos y su solución está en las manos de todos.  La paz es un acto de compasión, reconciliación y perdón que nos corresponde a todos y cada uno de los colombianos sin distinción de clase social o ideología política.



Agradezco enormemente a las tres personas que me ayudaron a revivir este momento.  Esta historia no habría sido posible sin cada uno de sus recuerdos y su respuesta emocional a mis preguntas de hace unos meses.  De todo corazón, gracias, no sólo por lo que me dijeron si no también por lo que no me dijeron.

A quienes leyeron este relato, quiero que sepan que traté de ser lo más fiel posible a lo que sucedió (cómo bien saben, la memoria hace de las suyas con las cosas que nos pasan) y siento que la participación de mis amigos hace de esta historia algo mucho más valioso.

PD: El título de esta entrada es una frase que retumba en mi memoria y parece que no se irá jamás. La he inmortalizado. 🙂

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9 Comments

Reply JAC November 18, 2014 at 8:12 am

Naty que impresionante tu relato… y pensar que solo dos años después de lo que narras vivimos la experiencia, no de quema de bus, sino que nos atracaron, yendo para medellín, lo recuerdas?.

Ahora bien, no hay cosa que desee más que se pueda dar el fin del conflicto, pues con culpa o sin culpa, no se puede negar que las guerrillas le han hecho un gran daño a nuestro país. Sin embargo, es importante también hacer el relato de la otra cara de la moneda.

Cuando fui al chocó, (esa experiencia que lamentablemente al final te perdiste, porque de haber vivido lo que te voy a relatar a continuación, hubiera sido un contraste interesante leerlo en tus palabras), tuve la oportunidad de estar en un cacerío, cuya única posibilidad de acceso era navegar unos 45 minutos a favor de la corriente por el rio san juan. La corriente de ese rio es tan fuerte, que el solo regreso a Itsmina, en contra de la misma, podría tardar casi 3 horas. No existe otro camino, pues la espesa selva no lo permitía… pues bien, al llegar al cacerío de mi destino, nos recibieron a mi compañero y a mi 5 hombres y 3 mujeres armados hasta los dientes… claramente se identificaron como de las FARC, y al ver la cara de pánico que mi compañero y yo poníamos, ellos inmediatamente dijeron que sabía quienes éramos, y a que íbamos y que no se meterían con nosotros, ni en nuestras actividades. DEjaron claro que eran los encargados del cacerío y que lo controlaban todo. El ancho del río era considerable, se podría ver claramente la otra orilla, pero no me atrevo a decir una distancia en alguna medida métrica, sólo recuerdo que nuestros ahora huespedes, nos advirtieron que del otro lado del rio, de vez en cuando aparecía el ejercito, y ellos tenían que defenderse, cuando eso pasara sólo debíamos tirarnos al piso y esperar que la situación pasara, ellos no se meterían con nosotros, pero tampoco podrían garantizarnos nada… fueron 14 días donde dicha situación se presentó en 3 oportunidades… por fortuna el colegio, donde hacíamos la mayoría de las actividades estaban algo alejadas de la orilla del rio… fuera de esas 3 experiencias bastantes angustiantes, los subversivos para nada se metían con nosotros, de hecho hasta colaboraban en las actividades que realizabamos…

al finalizar los 14 días, ellos se encargaron de hacernos una despedida con la comunidad, y nosotros partimos feliz de la dicha de volver a la civilización…..

    Reply navegue November 29, 2014 at 7:45 pm

    Jorgeee! No sabía que eso había pasado.
    Después de leer el relato, entenderás porqué dos años después mi padre no me permitió ir a Chocó como era mi plan, la verdad no pude y no quise argumentarle mayor cosa. Pero bueno, creo que experimenté lo suficiente.
    Recuerdo perfectamente lo que fue dos años después el atraco en Ovejas, Sucre! cerca de la casa de una gran parte de mi familia. Sin embargo, lo del bus fue tan intenso, que lo del robo fue sólo eso que nos dijeron… simple delicuencia común. En fin… historias es lo que tenemos pa contar los colombianos.
    Abrazos!

      Reply JAC December 1, 2014 at 3:49 pm

      La frase “La verdad tarde o temprano se sabe” hoy cobra más sentido que nunca.. así sea 14 años después siempre quise saber de verdad porqué tan repentinamente no fuiste con nosotros al chocó… siempre supe que había una pata que a tu gato amarillo le faltaba. jajajajaja… aunque entiendo lo que debiste de haber vivido con tus padres… no fue fácil convencer a los míos, que después de enterarse del atraco en carretera, por delincuencia común, yo aun pretendiera irme a zona roja, plagada de guerrillos… bueno, en realidad mis padres desde el comienzo jamás estuvieron de acuerdo, y para ese entonces, como buen adolescente, los “no te doy permiso” no eran suficiente, sino, los “no te doy la plata que necesitas”, era lo que a veces me frenaba, pero para ese entonces, ya había yo incursionado en el mundo laboral, al tener mi primera experiencia como empacador en el “Ley 72” con el único objetivo “Pro-Chocó”…. lo demás de la historia ya lo conoces. jejeje.

        Reply navegue December 1, 2014 at 9:57 pm

        Jajajajaja total! Súmale a eso que mientras estábamos en Rionegro nació mi hermanito y el deber me llamaba

Reply Ramón November 26, 2014 at 12:41 am

Un relato impactante Nati. Espero que la situación vaya mejorando por allá. Saludos!

    Reply navegue November 29, 2014 at 7:47 pm

    Gracias Ramón! Fue sin duda una gran experiencia. Las cosas son mucho mejores ahora, se puede viajar con tranquilidad y las partes vinculadas al conflicto está en negociaciones de paz desde hace dos años. Pero ya ves que eso toma tiempo. Saludos! Hace rato no escribes!

Reply Carta de una mujer de 30 a una de 15 años - El Blog de Nati December 11, 2014 at 12:55 am

[…] de las experiencias más enriquecedoras e impactantes que he vivido en mi vida, es la historia de cuando la guerrilla nos quemó el bus en que viajábamos.  Pero además de esa, muchas cosas pasaron en ese tiempo que determinaron en gran medida lo que […]

Reply guarero June 11, 2015 at 11:25 pm

Como no me pude enterarme de esto, pude haber estado hay, en mi mente no dejo de tratar de imaginarme los rostros de incertidumbre, muchos borrados de mi memoria, En esa época vivíamos en una burbuja, en una de las ciudades, relativamente mas pacificas de Colombia. Esa experiencia mal que bien, los marco mas que el propio encuentro.
Mirabanos hacia otro lado, con indiferencia, lamentando, la presencia de la guerrilla, por el no poder viajar en vacaciones o visitar la finca del tío, de forma egoísta e indolente. Eramos niños, a los que era necesarios, que nos abrieran los ojos, tal vez muchas de esas personas incredulas, aun estan inmersos en su burbuja, sin detenerse un momento a pensar,de forma critica el significado de la palabra paz .

Aun nos falta mucho, pues la paz va con la igualdad y las injusticias en Colombia lamentablemente están lejos de desaparecer.

    Reply navegue June 20, 2015 at 8:48 am

    Aún nos falta mucho para la paz, eso muy cierto, sin embargo, la clave debe estar en que todos empecemos a vivir como si ya estuvieramos en paz, como si no hubiera nada que nos hiciera vivir prevenidos, buscando tajadas y/o llenos de resentimientos.
    Cuídate mucho!

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