"Déjame atravesar el viento sin documentos"

Una Casa Más, Una Casa Menos…

March 19, 2015

Esta es la quinta historia de la serie “DÉJAME ATRAVESAR EL VIENTO SIN DOCUMENTOS”.  Esta es la penúltima historia y es un poco distinta porque tuve la fortuna de tener la versión de los dos bandos.

Por si se han perdido alguna o son nuevos en el blog, así van las cosas: la primera historia es Paralelo a la Autopista; la segunda, Necesito que Rosa Venga; la tercera, Primero Muerto que Preso y la cuarta, Yo Decidí Ser Jardinero.

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Una Casa Más, Una Casa Menos…

Hoy Luisa y su hija Michelle contestaron una de esas llamadas que suelen recibir de vez en cuando.  “La gringa esa” llamó para decirle que no quiere que vayan más a limpiar su casa.  No hubo preguntas ni explicaciones.  Michelle recibió la llamada y con su perfecto inglés, dio las gracias y dijo adiós.  Le contó a su mamá y remató con un “menos mal porque esa casa era bien sucia.”

Madre e hija trabajan de lunes a sábado haciendo una veloz limpieza de 2 horas en casas de gringos en el Valle del Conejo.  Lavan dos o tres baños en cada casa, cambian sábanas, aspiran, barren, medio-trapean, limpian estufas, neveras y todo lo que encuentren en la cocina lo echan a la máquina lavaplatos.  La tarifa por casa es entre 70 y 90 dólares, determinan el precio dependiendo de qué tan sucia está la casa el día que van a hacer el diagnóstico.  Van a 2 o 3 casas por día. Dejo a los lectores el interés en los cálculos matemáticos.  Lo que resulta curioso es el por qué no les importa si las dejan de llamar de una de tantas casas.

Michelle es la hija menor de Luisa.  Tiene 20 años y hace 2 años terminó el bachillerato; es tercera generación de inmigrantes. Muy seguramente sus abuelos, quienes llegaron primero, no entienden ni hablan inglés.  Luisa entiende perfectamente inglés, pero le cuesta trabajo comunicarse.  Michelle, por el contrario, entiende perfectamente español, pero le resulta imposible hablarlo. Viven al norte de Hollywood y hace muchos años que no saben de su padre.

Ellas a diferencia de muchas que hacen un trabajo parecido, tienen su carro y andan por la autopista, se trasladan de casa en casa y llevan en el baúl del carro todos los elementos de aseo que puedan necesitar, incluyendo una aspiradora.  O lo que es lo mismo, van transportando de casa en casa todos los gérmenes.  Gérmenes que incluyen chismes y resentimientos.  Van contando las historias de los otros hogares: que si tienen dos pisos, un piso, que si son limpios, que si hay residuos de comida en la alfombra del comedor, que si hay juguetes de los niños regados por todos lados, que si tienen guardados podridos en la nevera y un arsenal de frascos con salsas que nunca usan y están siempre en el mismo sitio.  Que no cocinan y el congelador siempre está atestado de cajas con comidas listas para el microondas.

Muchos de los empleos (casas) que consiguen son recomendados por las mismas familias donde trabajan, pero ellas parecen no enterarse y terminan contando las intimidades a los amigos adorados y otras veces a los no tan adorados.  Hasta que un día reciben la llamada habitual: “no es necesario que vengan la otra semana, ya tengo una nueva persona que me va a ayudar”.  Se desahogan con improperios sobre las familias tradicionales que habitan este país, hogares llenos de practicidad y simpleza. “Claro, seguro consiguieron una que les hiciera todo más barato porque sólo piensan en plata” o “a ver cuánto les dura esa -otra persona- porque con ese desorden que mantienen en esas casa, cualquiera se cansa”

Es este resentimiento la razón por la cual no les importa: “una casa más una casa menos.”  Un resentimiento infundado y con el que repiten una y otra vez: “el problema es que somos hispanas”, como una grabación que vienen escuchando desde niñas.  A Luisa y Michelle no les cuesta ver la paja en el ojo ajeno, pero sí la propia.  No se percatan de las papas fritas congeladas que tienen en su propia nevera; de los granos de arroz incrustados en las hendijas de su comedor; del frasco gigante de salsa Ranch con la que aderezan todas las ensaladas; de los litros de gaseosa con los que acompañan sus comidas o de los domingos cuando salen a comer a McDonalds.

Mientras tanto, la gringa esa sí se da cuenta que desde hace dos meses no mueven el sofá para aspirar por debajo; que el baño tiene moho en las esquinas; que jamás le han limpiado el horno de la estufa y que el líquido con el que brillan el piso de madera no corresponde con el del nombre del envase. Y es por eso que ella llama a decirles que no vuelvan, no porque sean latinas.¶



Bueno, la próxima semana les entregaré la primera entrada de mi propia historia como inmigrante.  Hay un poco de mí en las historias que he compartido hasta el momento, en cada una dejé el alma.  Me han dicho en ocasiones que parecen historias inconclusas y les cuento que sí lo son. Yo también me pregunto que será de sus vidas.  Son personas que me crucé en los buses o en un parque y que me contaron un poco de sí mismas, sin yo siquiera proponerlo.  Mi intención ha sido mostrar una radiografía sin ningún tipo de juicios sobre las personas o las acciones.  Con mi historia vendrán los análisis y las reflexiones.


Por otro lado, si llegaron hasta acá, les cuento que el fin de semana haré una entrada para actualizarnos sobre mi entrenamiento, la carrera de 10 kilómetros que es en menos de 10 días, otra carrera en la que participaremos Jota y yo el 10 y 11 de abril y sobre nuestras vacaciones.

Gracias por leer 🙂

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2 Comments

Reply Diego Niño March 23, 2015 at 8:32 am

Pensé la primera vez que lo leí, y lo sigo pensando, que estas mujeres dan para ser personajes de una novela. El trabajo, el odio, sus vidas. Pero son reales. Tanto así que en el momento que escribo estas palabras estarán trabajando y/o maldiciendo en algún rincón de Loa Angeles.

Gracias por darme la oportunidad de conocerlas un poco. De imaginarlas como las estoy imaginando ahora. De soñar con escribir una novela en la que estén presentes.

Va un abrazo

    Reply navegue March 31, 2015 at 7:34 pm

    Son adorables estas mujeres. Yo digo que sin duda alguna, ella mueven los hilos invisibles de esta ciudad. 🙂 Gracias a ti por escribir también y darme la oportunidad de recordar de dónde vengo.

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