Yo no sé qué pasó, pero ahí estaba yo, con los élites en frente y junto a Óscar y David. Detrás una vibración intensa se acercaba y amenazaba con pasarnos por encima. Mi deber: proteger el flanco izquierdo de esta dupla poderosa y atajar a Óscar para que no saliera como potro sin bozal. Óscar y David iban por su segunda maratón. La primera la hicieron en enero en Miami. Yo iba por mi media maratón número 16.
Llegué a Medellín el viernes y no me sentí asfixiada como en otras oportunidades, pero el día siguiente corrimos en la pista de Envigado y fue claro para mí que ir en Zona 2 de frecuencia cardíaca era casi imposible. Yo iba lento y casi hablando, pero mi corazón iba a otro ritmo. Mi plan de entrenos para el proyecto #2maratonesen28dias me pedía un long run de 150 minutos en zona 2 de frecuencia cardíaca.
Algo que debo agregar para contextualizar un poco es que en el primer semestre viví los efectos secundarios de un medicamento anticonceptivo que entre otras cosas me elevó la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Desde hace tan sólo 7 semanas estoy volviendo a la normalidad. El primero de septiembre tuve mi segundo periodo en 9 meses y el 14 de septiembre nuevamente. Este último me iba dejando desmoralizada y con unos cólicos bastante fuertes. Puta, dos veces en 2 semanas. Not fair! Y bueno, no había vuelto a correr 21 kilómetros desde los 42k en la Maratón de New Orleans. Esta era una primera vez en 6 meses.
Ahora sí les cuento, Medellín siempre es una carrera que yo tengo que correr por sensaciones; guiarme de lo que me diga mi cuerpo y mi intuición. La altura y yo no nos llevamos bien. No es un cuento chino. Es mi realidad y si yo me apego a la data del reloj o a un plan que traiga, mejor no voy, porque no puedo disfrutar ni mierda. Voy a sufrir y a correr con miedo y eso es algo que yo no me permito.
De vuelta a la línea de salida. No habíamos aún comenzado y la marea de corredores nos rodeó. Arrancamos. Yo trataba de frenar a Óscar y él tiraba de mí. El plan era que yo estaría con ellos hasta que se dividiera la ruta. 11 kilómetros compatiríamos en una alianza que ninguno de los dos planeamos, pero que en serio, sólo Dios pudo establecerlo así.
Salimos muy atacaos, como le pasa a la mayoría. Bueno, Óscar, encontremos el ritmo. Comenzamos a calmarnos y a adentrarnos en nuestras sensaciones. Encontrar el ritmo adecuado para que los últimos kilómetros de la maratón no le pasaran la cuenta de cobro. Kilómetro 1, muy rápido. Kilómetro 2, listo, quedémonos aquí. Que sigan ellos como locos subiendo San Juan que esto no ha empezado aún.
En uno de esos kilómetros me pregunta que cómo va mi frecuencia cardíaca. Yo miré mi reloj y le contesté con un manoteo algo que podría entenderse como -no preguntes- o -no hablemos de eso ahora-. Quedó claro para ambos y no volvimos a tocar el tema. Cuando llegamos al final de esa primera loma ambos sentimos el alivio y soltamos un poco el freno.
Yo quería creer que yo lo llevaba guardando la compostura, pero la realidad es que él me llevaba a mí mientras yo me aseguraba que nadie enredara sus patas en la llanta delantera de la silla de David. Así seguimos hasta que David nos preguntó por las marcas de los kilómetros. Ninguno le había prestado atención, pero le indiqué que pronto veríamos la marca de los 5k. Así fué.
A los minutos preguntó por Jorge Sierra. Su ángel de la guarda en Medellín. Jorge aún no pasaba así que mi atención se desvió a asegurarme de ver a Jorge y que él nos viera. Hacia el kilómetro 7 y estaba ansioso por verlo y me dijo que si era que venía en una ambulancia con un calambre o que si había pasado a lo élite como Kipchoge. Su mente estaba pensando en algo que lo hacía feliz.
Asi nos fuimos, disfrutando de chistes, momentos. Asegurándonos de comer y beber en los momentos correspondientes. Saludando a quienes nos reconocían en la ruta y dándonos moral en silencio.
Finalmente vimos a Jorge y al rato se nos vino encima la separación de los 21k y los 42k. Acá quedaba yo sola a la izquierda y allá iban ellos dos por la derecha. Óscar le dijo a David que ahora sí comenzaba su maratón y yo quedé con el corazón hecho añicos. Los vi alejarse mientras les gritaba sillaaa sillaaa para que les abrieran paso. Los perdí de vista y se me vino el puente encima.
Me puse a llorar sin consuelo. La altura, el puente, el llanto. Jueputa, esas tres cosas no se juntan. Llegó un momento en que no podía ni llorar porque me estaba ahogando. La respiración se me cortaba. Nati, te calmás o no vas a llegar ni a Las Vegas. Me acordé de mi frecuencia cardíaca y vi que la tenía en 185. Te calmás. Empecé a respirar y a visualizar cómo haría para acompañarlos de nuevo en los últimos kilómetros hacia la meta.
Empecé a respirar. A lo yogui y tales. Que sirva pa’ algo pues. Y sí, me calmé. La frecuencia cardíaca volvió a sus 170ppm y ahí me quedé. Me encontré con Silvia y le dije que siguiera porque yo no podía mantenerle el paso. Subí el pedacito de Las Vegas que nos toca a los de media maratón y luego hice el retorno, sólo faltaban 5k y yo iba bien. Enterita y sin caminar. Con el mismo ritmo que en Los Angeles me lleva la frecuencia cardiaca en 145. Pero acá iba en 170. Surrender. Stop fighting. It is what it is. Este es mi cuerpo. Esta es mi realidad. La que nadie más entiende.
Me abracé. Me felicité y me dije, sólo conserva este esfuerzo. Mantenlo hasta la meta. Sí puedes. Vas a terminar sin caminar y dentro del pace planeado, sólo que con un esfuerzo mayor. Aguanta. Pasé la última carpa de Gatorade y el tipo que animaba en ese punto avisó en inglés que faltaba poco menos de 1 milla. Esa referencia para mí fue clave. Ya estaba ahí. Frecuencia cardíaca de 174. No creo que pueda acelerar. Sólo mantén este ritmo. Eso hice. -Menos mal no necesité ir al baño porque no vi ninguno en la vía- (Si tienen más aportes para que la carrera mejore, vayan a este otro post y dejen sus comentarios! Click Aquí. )
Me encontré con Eduardo, amigo de Jorge y Silvia. Le animé a que apretara. Yo con qué moral le pedía eso si yo no podía, pero no importaba. Me dijo que no podía porque estaba a punto de calambre. Seguí, pero a los metros me alcanzó y me dijo que lo esperara para ayudarle a terminar. Darle moral me dio moral a mí. Esa es mi ley. Así es que soy feliz. ¡Qué vaina!
Aceleramos en la última curva. Yo le decía que mirara la meta que ahí estaba y él ni me escuchaba. Escuché la voz de Edwin Vargas y de Sofía Montoya y mi alegría fue innarrable. Llegue en medio de la multitud así yo creyera que iba con los últimos. Mis fotos de la meta en las que escasamente me veo lo demuestran. Pausé mi reloj y me sentí satisfecha. El mejor entrenamiento en mi camino a New York Marathon (Nov 4 y Maratón de Valencia (Dic 2). Exigente. Tuve miedo y lo vencí. 2 horas 25 minutos. Mis 21k más lentos hasta la fecha, pero un triunfo personal muy grande si miro todo lo que he vivido en los últimos 8 meses y todo lo que pasé para poder llegar hasta ahí. Y lo que me falta: NYC Marathon y Maratón de Valencia.
Pero esperen, Óscar me había encargado la compleja tarea de encontrar a su hermano Paulo y decirle que iban bien. Yo le había dicho a Óscar que los vería de nuevo más o menos en el kilómetro 37 o 38 para acompañarlo los últimos kilómetros. Después de terminar la carrera, de que me diera un noséqué nosédónde (aka, mareo, escalofríos, cólicos, debilidad y demás), de cambiarme de ropa y tomarme un Gatorade, de saludar a las chicas de YogaParaMortales que hicieron sus records personales en 10k y 21k, de saludar a un amigo que corrío sus 42k en el nada despreciable tiempo de 3 horas 35, Paulo, el hermano de Óscar me encontró a mí y le dije que fuéramos a buscarlos a la ruta para correr con ellos hasta la meta.
Arrancamos como locos, saltamos bardas y nos escabullimos cual bandidos para volver a la ruta en sentido contrario. En el camino pillamos a Silvia y a Jorge, ella se nos pegó y a Jorge lo encarté con mi morral. Entre trote y andada llegamos al kilómetro 40 y allí venían ellos.
David sonriendo y Óscar con la cara en alto y las piernas de quien ha subido 10k por Las Vegas y los ha bajado atajando 60 kilos de motivación, esfuerzo y amor. Lo duro no es subir, lo duro es que al bajar, él pueda sacar de sus entrañas la fuerza suficiente para aguantar la gravedad y la aceleración, que lo amenazan sin piedad con separarlo de David.
A menos de 2 kilómetros de la meta sus piernas flaqueaban, el animador de Gatorade que antes alentaba con tanto esmero se quedó sin palabras al verlo. No sabía qué decir. Así nos pasa a muchos al verlo. Óscar tiene ese poder de hacernos sentir minúsculos a su lado, pero a la vez sus acciones nos gritan que somos seres humanos capaces de lo inimagible. Yo recordé las arengas de los corredores en Ciudad de México: “que no se canse la porra!” y eso reactivó al hombre y a los voluntarios.
Así nos fuimos, Silvia, Paulo y yo pidiendo gritos y subiéndo la moral de todos en la ruta. Caras conocidas. Abrazos que no supe de quién venían. Aplausos para este par de monstruos que estaban a metros de terminar la mítica distancia de 42 kilómetros por segunda vez. Seguíamos corriendo y por momentos se nos quedaba Óscar porque sus piernas no querían andar. Él con su voluntad de fuego las ponía nuevamente en movimiento. Qué cosa más berraca es terminar los últimos metros de un maratón. Ahí ya no manda el cerebro. Es una voz superior la que ordena seguir. Alzar los brazos. Gritar de emoción. Cruzar la meta. Lo lograron.
Y ahí sí soltar. Entregarse a los abrazos y a esa satisfacción íntima que se siente al cumplir un sueño. Maratón Medellín no es una carrera fácil, ni la media ni la maratón completa, no nos digamos mentiras. Lo que sí es cierto es que esta carrera es pa’ gente berraquita. Esa ruta hace que la satisfacción de correr allí sea exponencialmente más grande que la de correr en cualquier otro lado. Esta carrera tiene su carácter. Hay que estar a la altura.
Pensé mil veces si venir o no valía la pena y como siempre, Maratón Medellín me recuerda por qué vengo: porque uno siempre vuelve a los lugares donde ama la vida. Gracias Maratón Medellín. Gracias Óscar y David. Gracias Silvia y Jorge.
PD. Esta carrera me dejó hecha chicuca. Una peste salvaje me tuvo sin entrenar toda la semana siguiente. El esfuerzo que hice me bajó las defensas y lo mínimo era que el cuerpo exigiera descanso. Yo obedecí. El martes 25 de septiembre, retomo mi camino a #2maratonesen28dias
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Bueno, Óscar y David, Los Increíbles, ya tiene listo sus siguiente objetivo como maratonistas. Van a correr los 42k de la Maratón de Fort Laudardale, los invito a apoyarlos con lo que puedan en esta vaca que están haciendo en GoFundMe para poder cumplir con ese objetivo. Aquí está el link, https://www.gofundme.com/running-for-the-cerebral-palsy no lo piensen dos veces, ellos está soñando en grande y esta es nuestra oportunidad de apoyarlos!
Gracias por leer. Por apoyarme. Por aguantarme y confiar en mí. Gracias por estar conmigo en estos años.
3 Comments
Dios te bendiga Natalia la verdad fuiste un ángel en esta carrera , esperamos compartir contigo una próxima vez y disfrutar al máximo . Dios te bendiga y un abrazo fuerte Óscar y David
Como siempre le haces a uno vivir tu historia como propiaa Nati! Gracias por compartirlo. Maraton de las flores siempre será dura pero hermosa! Próximo año allá nos veremos. Que hermosos Oscar y David que gran ejemplo y motivación.😍
Oscar y David llegaron a nuestras vidas a enseñarnos y darnos ejemplo de fortaleza. Y tu llegaste para enseñarnos a leer lo que sentimos, pero que no evidenciamos en esto. Muchas gracias por este post. Muchas gracias por compartir tus vivencias y las de los demás. Genial!!!! Llega el fin de temporada de carreras con los retos más importantes. Habrá mucho por contar y escribir. Un abrazo.