Me voy a tomar una copa de vino para dormir mejor.
A los dias ya no fueron copas de vino si no unas pastillas.
Me dije que era “como que me estaba agripando”. Falso.
Me frené de una.
Lo reemplacé con cuartos de litro de helado en vez de cena. Varias veces a la semana.
Este fue difícil pararlo, pero lo paré.
Luego vinieron las lágrimas. Estas sí eran litros. Nada de cuartos. Sin tacañeces pues, las lágrimas eran por cantidades y sin horas del día precisas. Aunque obviamente por las noches era peor.
Una tarde de un jueves llamé a mi mejor amigo desde el carro en plena autopista y no pude hablar con él. Sólo lloré. Él estuvo ahí. Contándome cosas para ayudarme a distraer en una situación que él no entendía. Yo tampoco entendía, querido. Yo tampoco.
Así pasaron los días. Así fueron pasando los entrenos, más de una vez lavados por lágrimas. Poco a poco me fui aislando de mis amigos porque ni a mí misma podía explicarme qué pasaba.
Corrí Neorlín y fue como un oasis de adrenalina y bellas emociones que hoy recuerdo como días soleados, de cielos despejados, grandes espacios y amorcito del bueno. No obstante esas bellas sensaciones, me tomó mucho tiempo recuperarme bien de la maratón, no sólo físicamente sino emocionalmente y de remate…
… a las pocas semanas sucedió algo que me dolió mucho. Muchísimo. Demasiado. Y el demasiado acá lo uso con lo que representa, un exceso. Yo observaba la situación y me decía: “hey, no es para tanto. Esto es una nimiedad; es una hijueputada, pero, ¿por qué le estás dando trascendencia?”, y por más que la razón me dijera eso, yo sentía un dolor profundo en el pecho, un nudo en la garganta.
Las emociones eran descontroladas. Intensas. Me sentía despreciada, omitida, castigada. Algo que en otro tiempo habría sido un simple resalto en el camino, fue como un muro con letreros de frases que el año pasado me habían afectado mucho, que yo creía que había superado, pero con esta situación me di cuenta que no. Me retumbaban. No logré superarlo.
Sin embargo, el problema ya dejó de ser esa situación como tal, para convertirse en una señal clara de que algo no estaba bien conmigo. Una amiga de España, con la intuición y la nobleza que la caracteriza me escribió un whatsapp diciéndome que ella sabía que algo no estaba bien. Se me nota, me dije.
En esos días, cuando me alistaba para entrenar en la madrugada, me puse la camiseta de la maratón de París y no me quedó. Me apretaban las mangas y el pecho. “Estoy subiendo demasiado de peso y esto ya no está dentro del rango de lo normal.” Hacía semanas me habia dado cuenta que la chocolatina abdominal estaba desapareciendo, pero francamente como ese no es un objetivo en mi vida, no le presté atención. Mi core sigue sólido y fuerte a pesar de la grasa en la zona. (Lo triste fue darme cuenta que ya no era miembro del club de las #tetasfit. Eso sí era triste, carajo.)
Tanto aumento de peso y tanta acumulación de grasa ya no era normal porque yo estaba haciendo ejercicio, acababa de correr una maratón y estaba comiendo “bien”. Eso se me convirtió en el síntoma físico que no pude negar; que no pude ignorar y el que me hizo empezar a pensar y a analizar qué era lo que estaba pasando.
A las pocas semanas fue el accidente en la autopista y con ese accidente empezaron ataques de ansiedad. Personas, momentos, situaciones, me generaban un miedo indescriptible. Sudaba frío, me temblaba el cuerpo. Era miedo, puro, físico e incontrolable miedo. Sentía ganas de huir; de escapar; de correr lejos de eso que me afectaba. En esos momentos llegue a tener pensamientos suicidas.
Decidí buscar ayuda profesional. Pedí cita. Mientras tanto empecé a leer. Obvio yo sospechaba qué era.
Ahí me di cuenta que todo empezó con una copa de vino para dormir. La causa: la inyección de DepoProvera que me puse en diciembre cuando cambié de método anticonceptivo que hizo fiesta de efectos adversos en mí. Aumento de peso, ansiedad, depresión, calores nocturnos, dolores de cabeza, etc., etc.
Justo una puta semana antes de darme cuenta había repetido la dosis para 12 semanas más. 12 semanas más de lo mismo. Haya finales de junio. Hablé con una amiga médico a quien le tengo mucha confianza y le conté, porque fuera de chiste, yo me sentía ya imaginándome cosas. Sentía que estaba perdiendo el control de mi cabeza, de mis emociones, de mi cuerpo y no podía decirle a nadie porque no estaba dispuesta a escuchar la racionalidad de otros cuando escasamente podía yo atender a mi propia razón.
Literal, le dije, ¿cierto que no estoy loca?, y ella con su dulce voz me explicó todo. Me calmé.
De eso hace muchas semanas. Faltan poco para que el efecto se vaya del todo. La doctora me ofreció antidepresivos que yo me negué a usar. Tal vez porque confío en la psicología y su terapia cognitivo-conductual, o tal vez por un miedo y un aprehensión bien fundamentadas, a hacerme adicta a esos medicamentos. Así que estoy controlando lo que puedo controlar a partir de mi comportamiento, la respiración y el razonamiento. Nada fácil.
Estos meses han sido terribles. No creo que lo alcancen a imaginar. No sé si sea capaz de expresarlo. He llorado más en estos últimos 6 meses de lo que he llorado en los últimos 6 años. He experimentado una sensibilidad que ni en mi adolescencia sentí. Chevere porque yo llegué a pensar en algún momento de mi vida que era insensible a “huevonadas”.
Yo siempre he pensado que no todo el que se te caga encima es tu enemigo. Que muchas veces esas vainas que crees que te hacen daño, en realidad son la ayuda que necesitabas para solucionar algo que te estaba haciendo daño. Se saben el cuento del pajarito que estaba muriendo de frío, ya casi congelado ni podía cantar y se mete en un pastizal para resguardarse del frío? Resulta que llega una vaca y se le caga encima. El pajarito queda paralizado, pero poco a poco el calor de la mierda le ayuda a sentirse mejor y finalmente puede volver a cantar y salir del mierdero en el que estaba. Así me pasó a mí. Al final de cuentas, lo único que se puede sentir en una situación así es gratitud.
Ahora bien, hablando del porqué no dije nada. En parte porque a lo largo de mi vida adulta me he dado cuenta que vivimos en una sociedad que es torpe a la hora de manejar las enfermedades mentales. La gente lo asume como si fuera solucionable como dentro de una teoría de sistemas. La complejidad de la salud mental es un tema que se desconoce y la experiencia mental tiende a generalizarse, cuando para cada persona esta experiencia es tan única como su huella digital.
En mi caso, la situación no es algo que esté dentro de mi normal. Yo no soy así por naturaleza, es el resultado de una carga hormonal con la que mi bioquímica no hizo match. No se imaginan la impotencia que he sentido porque no es cuestión de: ay, pero mira lo fácil que es hacer esto. O tienes q pensar en esto y esto otro y sentir empatía y todas esas cosas. No, no puedo, porque mis propias emociones me invaden. Me inundan y mucho hago con salir a flote de todo eso.
En fin, esa es mi historia de los últimos meses. Yo he vivido cosas duras en la vida, pero esta ha sido la única en la que he sentido que yo no tengo el control de mis perspectiva de la vida. Eso ha sido terrible. Aniquilante. Ahora en estos momentos yo celebro los días que duro sin llorar. Celebro cuando puedo volver a ponerme una camiseta que hace 2 meses no me entraba. Celebro ser capaz de expresar abiertamente lo que siento y celebro los días que venzo la ansiedad y el miedo desde que son sólo un frío profundo y taquicardia.
Quiero que sepan que en las últimas semanas me he sentido mucho mejor. Tengo una mejor actitud ante la vida y más serenidad porque pronto todo estará del todo bien, o por lo menos eso es lo que espero. Mil perdones a quienes sienten que tenían derecho a saber que esto me pasaba y no les dije nada. Mil gracias a quienes sin saberlo me dieron su amor y su apoyo bajo la simple sospecha de que algo no estaba bien.
Mil gracias a todos por leer.
Esto es mi batalla personal y ahora me siento finalmente lista para compartirla. Y si hay alguien por ahí batallando con depresión y ansiedad, a buscar ayuda ome, que esa vaina no se cura sola. Eso necesita de un grupo de gente capacitada.
3 Comments
Natiiii eres muy dura, me alegra que estés mejor, todo estará super bien y mil gracias por compartirlo. Te admiro.
Naty!! Gracias por compartir tu historia, definitivamente sacar esto de tu alma aligera un poco la carga!!
Eres una mujer admirable.
Siempre me emociona leerte, Gracias!!
Vaina dura. Pero esas vainas duras se hicieron para la gente dura como vos. Un abrazote.