Esto es largo. Los Ironman deberían ser más cortos para que las crónicas sean más cortas. Pero no. Así que acomódense.
Mi Segunda Triatlón.
Esta era especial. No quería ir. ¡Ajá! El cansancio del entrenamiento me jugaba malas pasadas en la mente y me aturdía pensar en los compromisos sociales que incluía el evento para mí (aunque no lo crean, soy tímida).
Sentía que no podía con tanto y que debía desistir de participar. Con decirles que compré los pasajes 13 días antes del evento. Entrené por puro compromiso y disciplina. Odié las madrugadas a nadar y aún más las horas de rodillo en la sala de mi casa. El que no putee el entrenamiento de un Ironman miente. Punto. O de plano vive feliz evadiendo alguna realidad que le aqueje y deja de disfrutar los otros placeres de la vida. Sí, porque no todo es triatlón. Yo anhelaba mi tiempo libre para escribir, para salir con mis amigos, irme de paseo sin la bici o sin buscar dónde quedaba la piscina más cercana.
Igual no se puede negar que los triatletas nos volvemos administradores super eficientes del tiempo y los recursos. Aprendemos a distinguir lo importante de lo innecesario y sabemos con resignación priorizar lo más importante y poner a un lado otras cosas también importantes, pero que queremos creer que no lo son.
En fin. Llegar a Cartagena fue un gran logro y un honor para mí. Fui patrocinada/alcahueteada por una pareja de lectores paisas que amo con locura. El traje de tri fue patrocinado y hasta el simulador (rodillo) para entrenar bici en mi casa y no congelarme en las noches en la ciclorruta. Es que si no llegaba a Cartagena era el colmo del descaro. Sumémosle al compromiso que tres amigas súper especiales que he conocido a través de redes (ahora todas ironyogis) irían a estrenarse en Ironman 70.3 que porque yo las llevé por el mal camino. Y les creo porque si no, ¿qué sentido tiene toda la alharaca que doy en redes sino es hacerle ver a otras mujeres que tienen el poder de lograr lo que se propongan?
Pero esta presión era manejable y aún podía decirles, chicas, las veo por el App de la carrera, pero mi má me remata con que iría a Cartagena para llevar a mis abuelos a que me vieran hacer una triatlón. A mi abuelo, la razón por la cual me le medí alguna vez a hacer maratones y vencer mi miedo de morir de un infarto a mitad de carrera. Iban a verme a mí. A mí, la oveja negra y descarriada de la familia, que vive lejos y que sólo ven de cabeza en Instagram. ¡omaigá! Había que llegar a Cartagena.
Adaptación al Clima
Entonces, con todo esa introducción y con una bicicleta en una caja Thule negra, llegué a Barranquilla el día de mi cumpleaños número 34. Una semana antes de la carrera.
Corrí 14 kilómetros al día siguiente con Santiago López, a las 7 am y por la Vía al Mar, con un sol brillante que me recibió sin rodeos. El lunes Santi debía ir a Cartagena y me le pegué para aprovechar a nadar con los que ya estaban allá aclimatándose. Nadé 1800 metros con Juan Carlos Guerrero y fue horrible. No logré encontrarme en la primera mitad del entreno. No hallé mi respiración y alterné entre pecho y libre como nunca antes lo había hecho.
El martes y miércoles quise ir a correr o a montar bicicleta, pero le di prioridad a dormir. Decisiones claves a esa altura del entrenamiento. El jueves de nuevo en Cartagena madrugé a nadar y la experiencia fue igual que la del lunes. Fueron sólo 800 metros y en los primeros 400 no logré coordinar aire con patada ni brazada. Fue una desastre.
Un par de horas después corrí 4k con un combito de nuestro chat de Ironman. Ese trote me reavivió los recuerdos del 2016 y fue la verdadera motivación que había necesitado durante los meses de entrenamiento. Mi hizo recordar cómo este evento sigue siendo una de las mejores experiencias de mi vida. De ahí en adelante el fuego de la carrera se mantuvo prendido.
El viernes por fin salí a probar la bici que yo misma había armado. Tenía un pequeño desajuste en el freno trasero y el esposo de Liliana Córdoba me lo arregló. ¡Gracias!
El sábado de nuevo a nadar en Playa de Los Monjes en Tierrabomba. Mi amiga Belén de Argentina se azoró un poco en el mar y no lograba nadar tranquila, me quedé con ella así que no nadé mucho y eso me hizo olvidar mis dos experiencias anteriores. ¡Lo que fue, fue!
Nutrición
La noche anterior cené espaguetis con salsa pomodoro en la ciudad amurallada y llegué a apartamento a dejar listo lo que sería mi hidratación y mi alimentación durante la carrera. El resto de esta parte de la crónica lo pueden ver en esta entrada paralela: Mi Nutrición para el Ironman. Sigan este link.
Los Rituales del Triatlón
El resto de la noche se me fue en lo que yo llamo, los rituales del triatlón.
Alistar meticulosamente lo que necesitas para cada segmento. el gorro, las gafas y el traje para empezar. Los zapatos de la bici, el casco, las gafas de sol y los guantes. Los tenis, la visera y el cinturón con el número. Volver a chequear en un repaso mental que casi corta la respiración porque si olvidas algo de lo primordial, será un error que se pague caro.
Pegar los stickers con tu número en los maletines y en el casco. Mirar con emoción los tatuajes y ponértelos como si fueran marcas de honor. Un maratonista no se tatúa el número en la piel. Eso sólo lo entienden los triatletas.
Revisar lo que necesitas para las transiciones: una toalla para secar tus pies, bloqueador solar… tantas cosas que hacen a cada triatleta alguien único, pero a la vez, un ritual de la noche previa a la carrera, que nos une y nos identifica como comunidad. En los chats van y vienen fotos de lo que alistamos y los otros ojos nos ayudan a ver si todo está listo.
Volvemos a repasar, hacemos el checklist, repasamos una vez más y cerramos la cremallera del maletín o maletines mientras decimos: “ya está todo” y nos acostamos sintiendo que “algo falta”.
La Mañana
3:45 a.m. El baño
4:00 a.m. El trisuit
4:15 a.m. El baño
4:30 a.m. El desayuno
4:50 a.m. El baño (uno nunca sabe)
5:00 a.m. Bajar por el taxi.
¡Lo que fue, fue!
Ya no había taxis en la puerta del edificio y debía recoger a Belén y a Paola de camino a La Torre del Reloj. Un chico de Endurance Colombia detuvo su taxi y me recogió. Esos actos yo sólo los he visto en medio de un aguacero en Barranquilla y en las mañanas de los triatlones. El pobre no sabía que faltaban dos chicas, pero no se molestó ni poquito. Llegamos apretaditos, pero llegamos, acomodamos todo junto a la bicicleta para que durante las transiciones todo fluyera fácilmente.
Cuando escuchas el aviso que dice que van a cerrar el parque de bicicletas y que ya debes caminar a la salida de natación, no sabes qué sentir. ¿Estará todo listo?, eso puede que no le pase a quienes llevan muchos 70.3 encima, pero este era mi segundo nada más, así que me repetí mi mantra: lo que fue…
Mi Rana
Bel, Pao y yo nos fuimos juntas y sin decirnos “estoy contigo”, nos acompañamos y yo sentí seguridad y calma. Carlos Restrepo de PersonalRecord.co nos tomó un par de fotos (y tiene un súper álbum de fotos en su página de Facebook, sigan el link para verlas!) y nos quisimos acomodar para esperar, pero enseguida llamaron mi ola. Mujeres de 30 a 34 años con gorrito verde. Entré. Allí estaba mi rana. Maria Fernanda Rueda, Mafe. La primera mujer oficial de las Fuerzas Militares en participar en una prueba de esa exigencia. Mafe es una de nuestras #YogaParaMortales, al igual que Bel y Pao.
Mafe nos enseñó que en la Armada se le dice rana a quien nada contigo en mar abierto porque nunca vas solo. Pao era la rana de Bel y Bel la de Pao. Mafe era mi rana. No estábamos solas.
Ver a Mafe presente ya era una gran satisfacción. Ya ella contará más detalles, pero llegó a esa plataforma con una infección pulmonar que afectaba casi el 40% de sus pulmones. Mientras esperábamos otro militar la seguía y la retrataba. Mafe me incluyó en sus fotos y yo sólo la abrazaba. En eso, desde el Buque Victoria vi como el Almirante se quitó su sombrero, literal, para saludarla. Sentí ahí la responsabilidad que Mafe llevaba encima, ella representaba a la Institución y tuve la certeza de que terminaría, sólo debía salir del agua. Si eso no me motivaba, no sé qué más lo haría. ¡Gracias Mafe!
Agua
Lo primero: orinar. “Ay Nati, esos detalles no se revelan” Ja, si todos esperamos ese instanteeeee!!!!
Ahora sí, a esperar la orden de salida y apareció la voz que me guía desde adentro. Sólo encuentra tu ritmo: 4 brazadas, 1 respiración. Desde la brazada uno, encuéntrate. Y así fue. Los primeros 100 metros fueron con Mafe, luego la vi de vez en cuando.
Poco a poco fueron pasando las boyas amarillas y ahí iba, dando más de mí que en el 2016. Jalando más bajo el agua y pateando 500 pesos más. La primera boya roja… vamos bien, Nati, vamos bien. Al fondo se veía la otra boya roja y fijé mis ojos en ella, 4 brazadas, aire, 4 brazadas, aire y ahí estaba. Otro giro a la derecha. Sólo faltaba uno.
Empezaron a alcanzarme las chicas de la siguiente categoría con sus gorros naranjas. Me pasaron dos o tres y me les pegué porque detrás venían más y me dio susto que me tumbaran el chip. En la natación uno cuida ese chip a costa de todo, pateando con desesperación cada vez que un dedo medio roza el pie. Como yo iba pegada a las boyas casi siempre que respiraba por la derecha veía muy poco de lo que estaba pasando. Pero cuando miraba por la izquierda podía ver el grueso de las participantes ya mezcladas en los grupos de gorros blancos, verdes y naranjas.
A eso de los 1200 metros vi el primer gorro rosado de la categoría de hombres. Me adelantó por la izquierda. Bien, Nati, este no te nadó por encima. Apreté el ritmo. 3 brazadas, aire. Giro a la derecha. El buque Victoria, gigantesco desde esa perspectiva con un gris imponente y desafiante. 3 brazadas, aire. Me acercaba a los atletas. 2 brazadas, aire. La plataforma de salida a 100 metros. Esos que son eternos. 6 brazadas, aire. 6 brazadas, aire. Fuera. Esas manos que adoro me ayudaron a salir el agua. Recordé a Any Medina y me pregunté dónde estaría este año.
Salí, recibí Gatorade, me quité el gorro y empecé a correr. Quique, ahí estaba, a pesar de la muerte, días atrás, de su abuelo materno, hizo todo por llegar. Sin palabras. Seguí. Las Achieve. Joha, Taty, la voz de Yadid y Maria Elena. Esas voces. Después dicen que por qué sonreía.
La Runcia
Llegué a la bici, chequeo de llantas, montarle los termos de agua y ponerme dos compotas en el pecho, dentro del traje. Nati, agarra ese otro neumático. No cabe. Agárralo. Mételo en el bolsillo de atrás del traje. El banano. Los zapatos con los pies secos y las medias con el talco que les puse la noche anterior. Listo. A salir.
Sal ya, Nati. Espera checo si falta algo. ¡SAL! ok ok, ya salgo. Nos fuimos. Y ahí afuera estaban de nuevo, gritando y apoyándome. Salí aún masticando el banano, crucé la temida línea roja en el piso y arranqué por mis solitarios 90k en bici.
Aire
Los primeros 10k fueron brutales. Las piernas no me respondían. Ilúsamente quería sacarles mi máxima velocidad, pero el cansación de tanto patear en natación me estaba pasando factura. Me pesaban y sólo escuchaba a Bel decir: “jala, Nati, jala” y empecé a repetirme y a pedalear al tempo del jala-jala, jala-jala, jala-jala y de banda sonora la salsita que sé ya muchos están cantando al leer.
Me sirvió mucho hasta que la primera ráfaga de viento me pegó por la izquierda. Se me fue el manubrió y tambaleé. Apreté el core y busqué sentirme más sólida.
El viento dejó de ser ráfaga y se acomodó en una fuerza constante que me llevaba a 18km/h mientras yo pedaleaba con determinación. No avanzaba. A ratos veía pasar los pelotones. Sí, en los Ironman no hay pelotones, pero en este sí hubo. Ineficacia de los jueces, descaro de los atletas, vaya uno a saber, tal vez las dos. Yo matándome contra el viento y estos güevones pasando en combo sin remordimientos.
Las únicas que disfrutaban de ese viento eran las mariposas amarillas que un año después seguían revoloteando en la ruta. Al parecer siempre estarán ahí, son nuestro Caribe Colombiano, ojalá algún día las dejen estampadas en la cinta de la medalla o en la medalla misma. Yo cantaba… “mariposas amarillas que vuelan liberadas”… y me sentía libre, satisfecha de haber llegado hasta ahí. Con la certeza de que mi fugaz paso ante los ojos de esos niños en la ruta tenía un impacto psicosocial, que muy seguramente el Gobierno jamás mida. Un impacto que ni siquiera Edwin Vargas es capaz de calcular, pero que se intuye en el brillo de esos ojos que tan pocos estímulos reciben.
Yo seguía pedaleando con ganas, consciente de que al llegar a la montaña rusa de La Europa y Lomita Arena sentiría las cuestas que no entrené, pero dispuesta a darles con todo y a pasar tanto subiendo como bajando a quien pudiera. Eso hice. Iba juiciosa con mi nutrición e hidratación. Ya estaba empapada de tanto vaciarme agua por entre las hendijas del casco.
Llegó el retorno y me juré la más pro del mundo. Ajusté la postura, metí los cambios y bajé a toda mierda por la izquierda sin dejar de pedalear ni un instante. En mi mente llevaba una parranda completa entre el Jalajala, Macondo y un mapalé. Me enviajé. Vi a Bel subiendo. Luego a Pao y por fin la marca de los 60k. No aflojes hasta que llegues, no te vas a quedar sin piernas pal trote, fue mas duro subir la loma de Las Vegas en Medellín y llegaste a la meta. Sí se puede. Me la juego. Me arriesgo. Le di con todo.
El dolor de piernas de los primeros kilómetros se había ido, pero ahora era la espalda baja y el culo lo que me dolían. Eso te pasa por hacer sólo un fondo de 90k, aguanta, no te quejes.
Llegó la zona en obra, Los Morros, La Boquilla y… ¡pop! seguido de un chiflido corto y agudo. Reduje la velocidad y frené. Acababa de sacar el sánduche así que no es que estuviera bien agarrada cuando eso pasó, mi corazón quedó a tope. Yo sabía qué hacer.. 1. Checar la coraza. 2. Sacar el neumático viejo. 3. Meter el nuevo. 4. Inflarla. 5 Seguir. Sencillo. Manos a la obra.
Encontré una raja en la llanta. Con mis dedos quité la coraza (¡las paradas de manos como que dan mucha fuerza en los dedos!) Le metí el neumático nuevo ante la mirada del auxiliar bachiller que me cuidaba y de 6 niños que me rodeaban pidiéndome los “tedmos”. Les dí el sánduche y ellos comieron mientras yo les preguntaba sus edades y si iban al colegio. Me distrajeron para no enfocar mi mente en ver cómo todos los que había pasado los útimos 35 kilómetros, me adelantaban.
6 años, 8 años, 4, 7…. conecté la pipeta al adaptador y nada pasó. Estaba vacía. No funcionó. Inhala, exhala. El fin del mundo. El policía me dijo: “ahí hay una llantería (montallantas)…”. Efectivamente, a 10 pasos estaba, corrí por aire. El policía junto a mí. El señor la infló al gusto y me dijo que le pusiéramos algo a la llanta…. no le hice caso… le dije que sólo me faltaban 10k, que yo así llegaba… le dí las gracias y me fui… craso error.
El Triatlón y el Arte de Dejar Ir
Bibi estaba tan sólo unos metros adelante con una maraca y gritándome todas las palabras de amor que cabían en 5 segundos. Me sentí tan cerca de terminar. Roberto me gritó y me llené de ánimo. Seguí.
¡Pop! y el chiflido… “suave suave” me dijo el que iba adelantándome en ese instante. Bibi y Roberto estaban tan cerca que la tentación de devolverme hasta ellos era grande, pero, ¿qué les iba a decir?… “¡ay, me pinché!”, con la voz labiodental de Homero. Nombe, Nati, tenés el otro neumático, el del bolsillo. Repite pasos 1,2 y 3 y luego gritas pidiendo aire. Manos a la obra. Otra vez. La raja de la llanta estaba peor así que decidí usar los parches del neumático pa la coraza, dos por dentro, dos por fuera y la bendición más los Polvos de la Madre Celestina que le ponía mi papá a todo lo que arreglaba o emparapetaba.
Cambié el neumático y empecé a alzar los brazos para pedir la bomba y en moto llegaron dos de la carrera, ellos mismos le echaron aire a la llanta mientras me escucharon, cual terapistas, madrear a todos los que me estaban pasando por mi falta de sensatez (y experiencia) de no comprarle corazas nuevas a las llantas antes de viajar a Cartagena.
Me desahogué. Les dije de todo lo que me había esforzado en la ida y en el retorno para estar ahí viendo a todos pasar mientras ellos inflaban la llanta. Se ríeron conmigo. Decidimos ponerle menos presión pa’ ver si eso me ayudaba a llegar. Les agradecí y ahí estaba yo de nuevo, justito en la base del puente. A darle, en los pedales, a subir y a llegar a T2.
En esas pasó alguien de Amphibious y me dio la píldora de sabiduría del triatlón. En segundos le conté de mis dos pinchadas y me contestó: “Vamos, Nati, ya deja eso atrás que ahora vamos a correr”. ¡Pum! ¡Tome pa’ que lleve!!!
Recordé mi primera lección de los entrenamientos del 2016. El triatlón es el deporte del desapego. El que te enseña a mirar pa’lante y a dejar ir. A soltar lo que haya pasado en la natación para subir livianos a la bici y a dejar la bici en la transición para correr hacia la meta.
Solté y me paré en los pedales los 10k restantes. Sabía que no podía descargarle mucho peso a la llanta así que iba a acabar con las pocas piernas que me quedaban, pero era eso o andar como Froome (asmática) corriendo con la bici en la mano hasta agarrar mis tenis. Le dí duro, pero con precaución; rogándole a los dioses del Ganges. Cuando vi la Muralla supe que lo lograría. Me senté en la silla hasta llegar a la transición.
CAOS
Mi puesto era un desastre. Me habían esculcado los maletines. La nevera estaba destapada y toda revuelta. Es un momento desesperante cuando ves que nada está donde lo dejaste. Finalmente encontré mi toallita y me sequé los pies, agarré mis tenis, el cinturón, hidratación y nutrición y pa’ fuera. Esta transición fue más fácil. Al salir estaba mi mamá. Motivación al 500%.
Fuego
Salí a buen ritmo, pero las piernas estaban temblorosas. Eso de ir a 6:00/km no duraría mucho.
Sin embargo, el dolor físico era mínimo, comparado con el dolor del ego de haber perdido esa media hora en la bici. Y por más que yo tratara de olvidar lo que había pasado esto era mi razonamiento del momento:
Hoy salí dispuesta a darlo todo. Nadé como nunca antes, pedaleé mejor que siempre a pesar de haber entrenado poca bici durante estas semanas de entrenamiento. Por primera vez me le mido a darle a una carrera de fondo la misma pasión que le doy a una 5k y ahora que llego al running no vale la pena seguir exigiéndome. El tiempo que ya perdí no lo voy a recuperar. Sólo me queda terminar. El calor está inclemente, pero voy a terminar sin matarme ni sufrir. No mejoraré mi tiempo del 2016, pero mi cuerpo está intacto así que a darle. Además, sólo entrenaste 9 semanas.
¿Cómo va mi equipo? Mafe, Bel. Pao no me adelantó en la bici, ¿qué le pasó?, qué no se haya caído.
Aunque sé que para muchos estas rutas de “outs and backs” no son lo mejor, en mi caso puedo decir que son mis favoritas. Podía ver a quienes iban delante de mí cuando estaban de vuelta luego de un retorno. Veía yo a otros cuando volvía del retorno. Pasar muchas veces por los mismos lugares permitió que siempre hubiera gente en la ruta y eso es motivante. Escuchar las voces de ánimo de Marta, Karol, Jorge Acevedo y las chicas de Achieve era indescriptible. Además de los que estaban participando y me animaban cuando podían. No tengo registro de las distancias, usualmente corro guardando conexión entre a quién veo y cuándo lo veo, para poder escribirlo, pero era tanta la resignación que no hice eso esta vez. Me limité a correr en intervalos, 1 milla de running por 1 minuto de caminata. Ya no sentía satisfacción si me exigía correrla toda.
Bajar la muralla y encontrar de nuevo a Bibi y a Roberto era lo más emocionante de todo. Me los imaginé agarrando el taxi y llegando como locos a la Ciudad Amurallada para animarnos ahí. Qué cansancio ni qué nada. Cuando alcancé a Bel, que la vi a lo lejos y me esforcé por llegar a su lado, sentí una paz enorme. Me dijo que el calor la traía loca y dije, va, me quedo con Bel. Llegamos a la carpa de Go Long 4 All, Suárez y Oakley y Julián Duque (¡gracias, Yul!) se fue conmigo par de metros echándome agua en la cabeza. Cuando quise voltear a ver a Bel ya no estaba cerca, se había quedado en la carpa agachada agarrando agua. Seguí.
Llegué luego a la muralla y alí estaba uno de los triatletas de Quilla que aprecio mucho. Me dio la mano y me jaló a su lado. Le conté de mis pinchadas y él me contó que se había enterrado un gancho en el pie al empezar la corrida. Que el gancho le atravesó el zapato y que ahí iba con la curación en el pie. Sin decirlo, fue un “todos vamos jodidos, Nati.” y esa empatía me llenó. Él siguió su ritmo y yo me quedé atrás. Bajé la muralla con una mexicana de cincuenta y pico de años que me decía que estaba enamorada de Cartagena y que yo a su edad seré una dura. ¡Qué así sea!
Abajo, hielo, los cadetes de la Escuela dando el mejor trato que jamás en la vida he sentido en una mesa de hidratación. Las mujeres me trataban con deferencia como si yo fuera una berraca y mereciera ese trato especial. Era maravilloso pasar por ahí. De nuevo Bibi y Roberto. Amor en forma de maracas. Ese sonido. Me enfocaba en ese sonido mientras me alejaba. Vi a Pao a penas empezando su primera vuelta, me gritó, me pinché dos veces, chóquelas, yo también. No le hizo gracia. Me robaron los tenis, remató… ahí me calló la boca. Deja eso atrás, quise decirle, no sé si lo hice.
Al girar a la izquierda y buscar la meta pa’l retorno por la segunda vuelta vi a Mafe. Iba lento, con mesura. Controlada, pero sobre todo serena. Mentalmente serena. Me transmitió esa calma y seguí. Verla me hizo exigirme. Me pedí más; le pedí más a mis piernas y la emoción inicial de la carrera volvió. La certeza de que lo sucedido en la bici, si bien era mi responsabilidad, era algo que ya había quedado atrás y que ahora sólo debía darlo todo por terminar esa segunda vuelta en por lo menos el mismo tiempo del 2016 y con intervalos caminando, que no hice el año anterior.
Seguí, la segunda vuelta se me fue en un piloto automático. Ya sabía qué hacer, cuánto me duraba el hielo, cuánta agua tomar, dónde sería la siguiente hidratación, cómo se sentiría la segunda subida a las bóvedas y la bajada con la expectativa de ver a Bibi y a Roberto. Ya todo era predecible y eso hizo que me aliviara mentalmente y sólo me dedicara a echar pa’lante. Vi a Bel un par de veces más, a Diego aún luchando por alcanzar a Mafe. Cuando vi a Bibi sabía que ya faltaba poco y le dije, coroné!!! Me fui escuchando su maraca… melodía de fuego para mi alma.
Los últimos 2 kilómetros fueron calientes y desafiantes. Vi a Mark y me contó que no llegó al corte de la bici y se iba en DNF, sentí un dolor profundo en el alma. Lucha Nati, dale, no queda nada.
Alcancé a Cifu, con quien había nadado el día anterior. Giro a la derecha, luego de nuevo a la derecha y el último giro a la izquierda. No más retornos en U. La meta estaba ahí.
Esperé un poco y me cuadré para cruzar haciendo la medialuna que quise hacer en los 42k de la Maratón de Las Flores y no pude. Terminé mi segundo Ironman 70.3 Cartagena satisfecha y decidida a hacer otro y luego otro… así putee el entrenamiento cada madrugada.
Tierra
Cuando quise reclamar mi medalla… se habían acabado. En el camino encontré a un chico que me apoyó todo el camino y que reconocía de la Feria el día anterior. Me abrazó fuerte y esa fue mi celebración porque no pensaba salirme de ahí hasta que me dieran la medalla. Los rumores decían que las entregarían a las 6 en la ceremonia. Me resigné y empecé a caminar hacia afuera cuando vi a Edwin, el director de la carrera, acorralado contra una pared con una cajita entregando medallas. Lo llamé y tuve el hono de recibir la medalla de su mano. Vaya forma de aterrizar.
Ya pasó todo. El esfuerzo de estos meses, el tiempo sacrificado. Las cosas que dejé de hacer para montarme en la bici. Las palabras que dejé de escribir por fortalecer aún más mi core. Todo eso había llegado a su fin. Estaba simbolizado en esa pieza de metal con ese acordeón y ese sombrero vueltiao que me conectaban con mis raíces más profundas.
Caminé y hablé con Alejo Correa, le conté de mis pesares y él de cuánto sufrió con los calambres en el trote. Definitivamente todos íbamos jodidos en esta carrera. Cada quien vivió sus propios obstáculos, todos nos quejamos, pero mientras estuvo en nuestras manos, hicimos hasta lo imposible por terminar.
Fue un verdadero honor estar una vez más en Ironman 70.3 Cartagena.
Tiempo… 7 horas 15 minutos. 30 minutos más que en 2016. Pregúntenme si me importan esos 30 minutos… ¡Ja! ¡Obvio que me importan esos hps minutos! #Cozumel2018
Gracias enormes por leer, por llegar hasta acá en esta crónica tan larga.
Les súper recomiendo las entradas de PersonalRecord.co que estuvo de espectador y aquí les cuenta su experiencia. Sigan el link.
Y la de Wilson Martínez de OhQueBola que me iba a entrevistar cuando le faltaban 2k pa’ la meta y lo mandé a recoger su medalla.
Cuando escribí la crónica no sabía quién me había gritado en el puente… fue Daniel Rada a quien conocí en Enero en la Maratón de Miami. Sus palabras cambiaron de rumbo mi carrera. #forevergrateful
7 Comments
Yo te ví feliz Nati. Te ví gozarte un Ironman 70.3
Me encantó la experiencia cómo espectadora, es muy motivador. Estoy de acuerdo con vos que el impacto social de hacer este tipo de eventos en el país, no se alcanza a calcular. Yo me imagino aunque sea a un sólo niño de esos, sin ilusiones, soñando ahora en ser Ironman.
Qué buena crónica Nati. Me siento feliz que mis gritos y esa maraca ayudarán a animarte a tí y a muchos otros competidores.
Nati! eres una gran fuente de inspiración y berraquera. Te admiro mucho, admiro tu labor de motivar a tantas personas y ser un ejemplo a seguir. Me agradó encontrarme contigo varias veces en el camino y poder pegarte uno que otro grito con el poco aliento que me quedaba. Felicidades!
Que dicha y que emoción verte vivir esa experiencia Naty. Siempre te vi fuerte, decidida y sonriente y eso es lo que se aprende al verte, a no parar, a no rendirse y llegar orgullosos a la meta. Nos vemos en la próxima #TheMiamiMarathon!!!
Siempre leerte es genial, me transportas al momento, como estar ahí contigo, muchas felicidades Nati, ese triatlón me lo viví con ustedes son unas duras
Belleza de crónica, como siempre me hiciste vivir y sufrir toda la competencia con tu descripción, fue emocionante verte y verlos a todos, siempre te ví tan contenta, tan fuerte, que gran experiencia y una vez mas te felicito por tu determinación para todo Nati, eres grande…
PD: Que bueno que hayas venido finalmente a Cartagena y no a Kazajistan jiji.
Que bonita crónica, las carreras siempre tienen anécdotas que nos hacen suspirar al ver de nuevo las medallas. Felicitaciones por terminar esa carrera que según supe estuvo tenaz!
Que fuerte!!!!! Casi no cojo alientos para comentar este relato. Me dio: emoción, pánico, rabia y muchas otras sensaciones. Por tu relato y descripción, así como lo que tu ya sabes, no voy a correr este evento. Pienso hacerlo en otro sitio, donde el clima, la organización y las buenas costumbres me traten mejor. Es cobardía, nada más, pero eso haré. Se que físicamente no soy tan fuerte como tu, pero mentalmente si que estoy lejos. mucho tengo por aprender.
Me gusta la idea de Indira del Irnoman 70.3 de Kazajistán jajajajaja.
Un abrazo triatleta, eres de admirar.