Reflexiones

De Militares, Carreras de Barro y otras Reflexiones

June 15, 2015

El sábado estuvimos en Camp Pendleton, California, uno de las ciudadelas militares de los marines en el sur de este estado.  Era una carrera 10k de obstáculos estilo militar y con enormes piscinas de lodo, que buscaba recoger fondos para mejorar la calidad de vida de los marines que vuelven de la guerra.  Cuando Jota se decidió a participar ya era muy tarde y la única opción era ir hasta allá y registrarse el día de la carrera.  Es una manejada de casi dos horas y cuando llegamos a la puerta y nos recibieron los militares, nos dieron ganas de darnos la vuelta y vovler a casa, pero ya estábamos ahí, así que había que hacer frente a todos los sentimientos encontrados y entonces, nació esta reflexión.

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En el 2011 uno de mis prejuicios más injustos y ruines se vino al piso de la forma más sútil.  Yo sentía un odio visceral por todo lo que tuviera que ver con las Fuerzas Armadas y si era de los gringos, peor; sentía fastidio y desprecio a pesar de haber trabajado como psicóloga para el Ejército en Bogotá.  Todo eso se transformó en respeto y solidaridad gracias a que conocí uno de los marines recién llegado de Afganistán. Y el sábado, durante la carrera que corrió Jota para apoyar a las tropas militares, comprobé que cualquier tipo de pensamiento negativo hacia ellos está totalmente eliminado de mi corazón.

Para aclarar esto, primero tengo que contarles de dónde sale ese prejuicio y luego, cuál fue la situación que cambió mi manera de pensar.  Aunque suene terrible, y me caigan muchos en contra, entre las muchas cosas que aprendí en la Universidad, está ese odio por todo lo que venga de Estados Unidos, siendo las Fuerzas Armadas las que llevan del peor bulto.  No voy a ahondar en esto porque es caña de otra entrada, pero hoy en día yo lo veo como producto de un izquierdismo mamerto e ignorante que genera estudiantes y egresados llenos de prejuicios y sin criterio propio para decidir sobre si les gusta o no este país.

Ahora la anécdota.  Ese año trabajé con un niño de 18 meses cuya madre decidió que mientras yo estaba con el niño, ella iría a clases de Bikram Yoga (esa que se hace en un salón a alta temperatura, casi sauna). Me contó que pronto su esposo volvería luego de vivir un año en Afganistán (se fue cuando el niño tenía 6 meses) y que quería tener un estado físico decente para volver a practicar los deportes que solían hacer antes.  Luego de 2 meses, él llegó de Afganistan y desarrolló síndrome de estrés postraumático (PTSD por sus siglas en inglés).  Ella me contó que tenía pesadillas, se despertaba gritando en las madrugadas, vivía temeroso en las calles y era muy susceptible en situaciones emotivas.  Aunque su mayor miedo era que sonara el teléfono y le dijeran que tenía que volver.  Yo sabía lo que era el PTSD porque lo había estudiado en mi carrera, pero no había estado frente a un caso causado por la guerra.

La esposa se había anticipado a este cuadro psicológico y comenzó a darle alternativas de escape y manejo de estrés, entre ellas el deporte y para efectos de mi anécdota, ciclomontañismo. Un deporte que combina la habilidad con la adrenalina. Un viernes, mientras yo trabajaba con el niño, regresaron antes de lo pactado. Ella subió afanada buscando el kit de primeros auxilios y él detrás a un ritmo lento. Sus rodillas y pantorrillas sangraban. El codo derecho estaba inflamado y su ropa embarrada. Me contó que se cayó en una curva y rodo un poco bajo el abismo. Iban con dos amigos más y cuándo ellos le preguntaron que si estaba bien él sólo podía reir a carcajadas. Reía y les gritaba que estaba bien, luego comenzó a llorar y les decía que estaba bien. De pronto se calmó y les gritó: “Así es que me quiero caer en la vida; así es que quiero rodar en el monte. Estas son las heridas que quiero tener. Estas son las voces que quiero escuchar y que me pregunten si estoy bien.” Se levantó como pudo y se montó de nuevo en la bicicleta con destino a su casa.  Ese mismo día llamó al Ejército y les pidió que no lo enviaran de nuevo a Afganistan. Hoy en día viven los tres en Okinawa, Japón y él no volvió a los campos de guerra, pero aún es militar.

Yo no justifico la guerra, bajo ninguna circunstancia, pero por primera vez fui capaz de ponerme en los zapatos de los cientos de muchachos que van a la guerra en Colombia, porque en Afganistán, en Irán o en Colombia, la guerra es guerra y los militares sufren igual.  Este padre tuvo que unirse al ejército porque su esposa quedó embarazada y él aún no había conseguido trabajo luego de terminar sus estudios.  Para nadie es un secreto las altas tazas de desempleo que hubo en EEUU hacia el 2010, así que no fue una idea descabellada ir a la guerra porque al fin y al cabo, alguien tenía que sacar adelante la familia.  Era, así como lo es en Colombia, una alternativa a la crisis económica (casi eterna en el caso de Colombia), a la falta de oportunidades para los jóvenes y a la normalización de la violencia y la guerra, es decir, pensar que la consigna ojo por ojo y diente por diente es justa y viable.

En la madrugada del sábado entramos al Camp Pendleton de los marines y yo sentía que podía ver al hijo, al estudiante, al padre o al esposo que había debajo de ese uniforme. Hay quienes van por voluntad, porque esa es su opción de vida, como en otro tiempo lo hicieran los espartanos de Grecia o los Shaolines de China. Los marines son guerreros que se forman física y mentalmente para pelear. Los de hoy en día usan armas de fuego, los de antes escudos y lanzas, pero en el fondo, todos son guerreros que tienen la misma lucha.  Uno no puede odiar los militares simple y sencillamente porque son personas. No se puede confundir el humano con el sistema. Tristemente en la sociedad moderna, las Fuerzas Armadas no se acercan a la población y quizás ese sea su mayor error, pero eso no quiere decir que los militares sean menos o más que los civiles.

Yo también estoy en contra de los discursos mesiánicos guerreristas con los que se identifica a las Fuerzas Militares y/o al Ministerio de Defensa de un país, llámese Colombia, Estados Unidos, Israel o Francia. Pero eso no quiere decir que los militares, de manera generalizada, sean objetivos de odio y furia. ¡No! En cualquiera de estos países, los que deciden unirse las filas, son en su mayoría, aquellos que no encontraron otras opciones de vida lejos de la violencia y la guerra.  En Colombia, la mayoría de los que van a la guerra son los campesinos y los de grupos minoritarios, en EE.UU. son los afroamericanos y latinos.  No son todos, pero sí la mayoría.  Y por más que nos entristezca que la mayoría de recursos económicos de estos países se vayan a la guerra y no a la educación, también es responsabilidad de los llamados civiles, ayudar a que estos militares cuando vuelvan del monte y busquen reinsertarse en la sociedad, encuentren una sociedad justa, respetuosa, solidaria y compasiva que les muestre que la violencia y las armas no son la única opción de cambio.

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Este tipo de eventos que busca recoger fondos para ayudar a los marines que llegan y necesitan terapias psicológicas y ocupacionales para volver a llevar una vida normal, que ayudan a las familias de los que están aún en los campos de guerra o de los que perdieron algún familiar, son eventos que vale la pena apoyar.  Ojalá estas ideas las copiaran en Colombia pues de la misma forma en que recogen fondos, ayudan a acercar las Fuerzas Militares a la población civil y en estos tiempos de postconflicto, son una estrategia clave para sacar adelante el país y caminar todos para el mismo lado, LA PAZ.



Bueno y Jota…

Jota Orozco - www.navegueruns.com

…quedó adolorido. Las rodillas quedaron disfuncionales el sábado, no podía flexionarlas bien así que se imaginarán como caminaba. El domingo amaneció bien de las rodillas, pero los muslos y los glúteos le dolían por montón. De resto bien, ya está pensando en la próxima…

Y de ñapa les dejo esta foto para que vean lo latino que es el estado de California 😀

Chapulín Colorado - www.navegueruns.com

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1 Comment

Reply Semana 14 - 14 Millas/22.4 Kms - El Blog de Nati June 16, 2015 at 10:22 pm

[…] reflexión especial con motivo de este evento, en caso de que no la hayan leido, la pueden revisar aquí De Militares, Carreras de Barro y otras Reflexiones. Este día tenía planeado hacer mi rodaje largo de 14 millas que venía aplazando desde hacía dos […]

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