Comienzo a correr mi primera Media Maratón… siento de inmediato que voy con el ritmo adecuado y eso me da tranquilidad. Miles de ideas me dan vueltas en la cabeza y todas se me acumulan como lágrimas en los ojos. La primera milla fue muy emotiva. ¡Estaba muy feliz y realizada!

Sigo andando, llego al aviso de la milla 1 y ahí decido dejar botada la chaqueta rosa que llevaba puesta. ¡La elegida! Recomiendan llevar una chaqueta que estés dispuesto a donar, al finalizar la carrera las recogerán y las llevarán a los indigentes. Corro y corro, el paisaje es tan bello que rápidamente pierdo cuenta de las millas, pero tengo la certeza de estar dentro del tiempo planeado. Tomo Videos y poso para las cámaras, miro la gente y todos se ven tranquilos.

 

Como desde la milla dos comencé a ver el puente, lejos, pero ahí estaba, sin la neblina que había imaginado.  A medida que corría lo veía más cerca y más que inspirador, verlo era una tortura.  Saber que aun me faltaban 30/40 minutos para llegar allí y verlo tan cerca era desesperante. ¡Yo sólo quería correr el puente!  Pero antes llegó la primera loma y al subirla que detenerme a tomar esta foto:

luego la segunda loma, la última antes del peaje del puente.  Al terminar de subirla esta era la vista.

 

Llegó el puente y era la milla 6, ya llevaba 58 minutos corriendo y me sentía muy bien; fuerte y tranquila.  Buena respiración.  Había decidido tomar agua en todas las estaciones, así que iba bien hidratada.  Correr en el puente era toda una experiencia, olía a mar, todo el tiempo olía a mar, el salitre inundaba mis sentidos.  Además de los pasos de los corredores, se escuchaba el sutil oleaje y los carros que cruzaban el puente por el lado izquierdo.  Más o menos como se percibe en este video: Running Golden Gate Bridge

Crucé el puente, lo corrí ida y vuelta (hasta completar la milla 10) y no cambio esa experiencia por nada del mundo.  Volvería el otro año, sólo por el placer de volver a correr por el puente y ver si en una próxima ocasión sí tiene neblina 🙂  Hasta ahí, todo era muy romántico, muy ideal y muy bonito.  Sin embargo faltaba la mejor parte: las cuestas que hay que subir desde la milla 10 hasta la 13.

Ahí empecé a recordar que a las 6 de la tarde del día anterior AÚN NO HABÍAMOS ALMORZADO!  Se supone que teníamos que cargar nuestros cuerpos con carbohidratos para tener suficiente energía para la carrera.  La cena dejó mucho que desear.  Casi no encontramos dónde comer, no había restaurantes aceptando reservaciones porque todos estaban hasta el tope debido a la gran cantidad de corredores en la ciudad.  En el único lugar donde nos recibieron, nos dijeron que teníamos sólo una hora para estar en el restaurante porque a las 8 necesitaban la mesa para otros clientes.
Así que llegamos, ordenamos y comimos en una hora.

Yo soy capaz de comerme media libra de espaguetis sola y esta fue mi porción, ¡me sentí estafada! 🙁  La salvación fue el helado gigante que nos comimos de postre, más el desayuno la mañana de la carrera: sánduche de mantequilla de maní y mermelada y el banano que me comí justo antes de comenzar a correr.

Así que energía tenía para correr las lomas.  Pero fueron muchas.  Muchas.  Dejé de contarlas porque ya no me era rentable a nivel emocional llevar la cuenta.  No pude documentar las lomas porque era eso o seguir corriendo.  El único video que pude hacer no le hace justicia a la loma que venía por delante así que lo único que tengo es esta foto:

Y subía y subía.  Llegaba a la cima de una cuesta y veía la siguiente, y así sucesivamente.  ¡Era desesperanzador!  Ya hacía rato que había perdido la cuenta de las millas así que aunque sabía que me faltaba poco, no sabía a ciencia cierta cuándo debía acelerar el ritmo para llegar rápido a la meta.  Quería acelerar y no podía.  No hallaba de dónde sacar la fuerza para agilizar el paso y preferí seguir subiendo las lomas a un ritmo constante.  Sin detenerme.  Sin caminar.  Sólo seguía corriendo casi desesperada.  Repitiéndome que ya estaba cerca y que sí lo iba a lograr.  Pero no podía acelerar; me daba la orden de ir más rápido y no lo lograba.  ¡Era impresionante la sensación!  Hasta que se acabaron las lomas.  Llegó la última y yo no la creía, sentía que al voltear la esquina iba a ver otra y que esa ya no la podría subir corriendo.  Era una desesperación absurda por terminar la carrera.  Hasta que sucedió lo que no quería, ¡caminé!  Caminé como 30 segundos que fueron realmente revitalizadores y pude seguir para terminar el último segmento a una mejor velocidad.  Más adelante vi a Jota filmando cerca a la meta, ahí sí que me dio alegría y aceleré para cruzar!

¡Terminé y lo hice en 2 horas 12 minutos 49 segundos!  Un muy buen tiempo si tengo en cuenta que cuando me tracé la meta de hacerlo en 2 horas 10 minutos, no calculé las lomas 🙂  Me siento satisfecha con el tiempo, pero no con los treinta segundos que caminé al final.  Así que me tocó inscribirme en otra carrera para sacarme la espinita!