“Quien lo vive es quien lo goza”, me dijo un amiga antes de la carrera. Eso hice, me gocé la carrera.  Arranqué a correr a las 7:55 a.m. y crucé la meta 1 hora, 58 minutos y 15 segundos después según el tiempo oficial.  Feliz, satisfecha y sin el más mínimo asomo de dolor o de maltrato en mi cuerpo (ese es el mayor triunfo).  Esta carrera es, sin duda, la mejor de todas en las que he participado. En parte, porque es la primera vez en la que cuento con el soporte de mi club de running y por otra parte, por la compañía de una de mis lectoras en Colombia, Angélica Maldonado, que se aventuró a hacer esta carrera, dos semanas después de haber corrido la Media Maratón de Miami.

En detalle.

La carrera era en Huntington Beach, CA, a 1 hora y media de nuestra casa. Decidimos rentar un AirBnB para no tener que mega madrugar el domingo. Llegamos a la Expo a las 12 del día del sábado y nos entregaron el bib y la camiseta en 5 minutos, pero nos demoramos cerca de 2 horas viendo todas las tiendas de los patrocinadores. La mejor de todas las Expos en las que he estado.

La noche del sábado fuimos a un restaurante italiano en Irvine, CA con unos amigos de Pasadena Pacers. Pedí una pasta con una salsa de vegetales sin crema ni quesos y compartimos dos postres entre los 5.

En la noche dejé lista la avena trasnochada 😀 (avena en hojuelas, chia seeds, una cucharada de milo y una cucharada de mantequilla de almendras remojado en leche de almendras) así, al levantarme sólo tenía que comérmela con un huevo cocido. Tomé agua y alisté mi bebida isotónica 😛 (16oz de agua, 1 cucharada de miel, el jugo de un limón y 1/4 de cucharadita de sal) con mis gomitas de miel de Honey Stinger.

Pedimos un Uber y llegamos a la carpa de los Pasadena Pacers a las 7 en punto para las fotos y el calentamiento. A las 7:45 era la salida. Mi plan era irme con el pacer de las 2 horas y después de la mitad de la carrera (km 10 o 12) acelerar y terminar en menos de dos horas. Nunca vi al pacer de las 2 horas. Arranqué con el de 2:15 minutos y me dije, no puedo correr con este grupo porque no voy a cumplir mi meta. Debía decidir de inmediato. Correr con un pacer o liebre hace las cosas más fáciles, en realidad sólo tienes que preocuparte por tenerlo siempre a la vista porque ellos son los que van mirando el reloj y regulando el ritmo. Mientras que si corres solo, tú mismo tienes que controlar el pace, manejar el estrés y atajar o arrear la mente y el cuerpo. No tenía otra opción, era yo versus yo. Así que me despedí de Angélica, miré el reloj y me acomodé en un ritmo en el que pudiera inhalar y exhalar por la nariz. A 5:46 minutos por kilómetro.

Iba cómoda físicamente y relajada mentalmente. Hacia el final de la milla 2 se me acercó un señor ya mayor, me habló un par de cosas sobre el clima, nos presentamos y me dijo: ¿cuánto quieres hacer? Le dije que menos de 2 horas y me preguntó que si me molestaba que se quedara conmigo porque él no sabía controlar bien su ritmo y también quería hacer menos de dos horas. Le dije que no me molestaba en lo más mínimo y que me encantaba la idea de correr en compañía.  Ahí todo cambió.

En unos años, voy a recordar esta carrera como aquella en la que corrí con Phil Schneider y ambos la hicimos en menos de 2 horas. Phil tiene 61 años y lleva 3 años sobrio; cambió el alcohol por el running y ahora en vez de tomar cuando siente ansiedad, depresión o estrés, sale a correr. “This is my high!”, me aseguró.  Su hijo estaba corriendo también, pero es más lento que él (esto te va a encantar Jorge Mario Sierra) así que le dijo: “¡papá, dale, ve por tu marca personal, yo te veré en la meta!” 😉 . Me contó que la esposa también estaba corriendo, que era más despaciosa, pero al menos no estaba sentada en el sofá viendo TV.  Phil corrió su primera maratón a los 60 años en octubre de 2015, en Long Beach Marathon, carrera donde estuve de espectadora (ya nos habíamos cruzado en el tiempo y en el espacio en otra ocasión).

Subimos juntos las lomas de los kilómetros 6 al 8 a un ritmo controlado, siempe inhalando y exhalando por la nariz (aún a 5:46/km).  Del kilómetro 8 al 10 eran las bajadas y nos dejamos llevar sin esforzarnos a un ritmo de 5:25/km. Ahí apareció Jota por primera vez y me sacó varias fotos 😉 En la primera se alcanza a ver a Phil justo a mi derecha.

De ahí seguimos al segmento más bonito de la carrera, del kilómetro 9 al 21, no perderíamos de vista, ni un segundo, el mar.  Sin embargo, era un sube y baja muy sutil que iba minando nuestras fuerzas. El objetivo era llegar al retorno del kilómetro 13 en el que tomaríamos la Pacific Coast Highway mirando hacia el sureste. Es decir, de frente al sol. El caso es que mantuvimos un ritmo de 5:30 hasta kilómetro 17 en el que, de la nada, apareció una loma de esas que alteran la frecuencia cardíaca. Subimos la loma a 5:47 incluido un minuto de caminata en la cima para calmar al corazón y continuar con un buen remate.

Phil iba bien. Constantemente me agradecía por dejarlo correr conmigo y yo le agradecía por hacerme compañía y ayudarme a conocerme. Gracias a él me di cuenta que estos 6 años de running me han hecho una corredora muy sólida, estratégica y tranquila. Nada fácil. Me sentí muy orgullosa de mí misma y se me aguaron los ojos porque vi que ha valido la pena tanto esfuerzo. En esas apareció Jota de nuevo.

Comenzó a correr junto a mí, pero yo ya estaba en el punto más duro a nivel mental y emocional.  Le dije que me dejara ir porque si seguía con él no iba a poder rematar (Jota es mi sitio seguro, mi calma, mi yin). Me tomó las fotos y siguió caminando. Ya sabía yo que cuando llegara a la meta, él no estaría aún allí.

Phill y yo ya no estábamos hablando, pero seguíamos juntos. Mi respiración ya no era igual, ahora inhalaba por la nariz y exhalaba por la boca.  Acomodé mi ritmo nuevamente en 5:30 y me preparé a terminar. No hallaba la hora de ver a meta, vi un fotógrafo y ya saben cómo soy 😀

Un señor me gritó que en dónde me quedaban energías para ese salto. No pude ni contestarle. Era el kilómetro 18 y yo debía rematar, pero me sentía cansada.  Me pregunté a mí misma dónde estaban mis energías. Le pregunté a Phil que cómo iba. Me dijo: “¡mjm!”, le dije que si le quedaban fuerzas que apretara el paso. Tan pronto se lo dije, mis fuerzas aparecieron y me acomodé a 4:34 por kilómetro. Estaba segura de que iba a caer cuando cruzara la meta, o por lo menos, recuerdo que me dije a mi misma: “cuando cruces la meta te puedes caer” y así me motivé a no parar.

Pero no me caí. Crucé y me deleité por unos segundos viendo como mi Garmin me decía 1:58:20, me dejé embargar por la felicidad y busqué mi medalla. Esperé a Phil, quien cruzó la meta 7 segundos después que yo.

Caminé hasta la carpa de los Pacers para compartir con ellos mi alegría y comerme el burrito que deseé los últimos 3 kilómetros. Luego reclamé mi medallla #californiadreaming que me daban por haber corrido San Francisco y Surf City Half Marathons.

Esperé a Angélica quien corrió su quinta media maratón bajo el sol californiano. (Angie, anímate a contar tu experiencia en los comentarios 😀 )

Luego nos fuimos para la playa, había un letrero de tiburones en la zona y decía que no nos podíamos meter al agua. Fuimos muy obedientes y nos sentamos sobre la arena a descansar, a compartir con Angélica sobre las mieles y las hieles de la vida.

Quedé muy contenta con el fin de semana. Ahora sólo me queda seguir entrenando para mi segunda maratón en 8 semanas en París.

Gracias y mil gracias a todos por sus comentarios en la entrada anterior y en redes sociales. Gracias de verdad. No se imaginan la fuerza que me da todo lo que me dicen. ¡GRACIAS!