Cualquier evento en el camino puede cambiar tu destino.

En este momento estoy en un tren que va de Zurich, Suiza a Milán, Italia. Tarda 4 horas, atraviesa Los Alpes Suizos y me parece un buen tiempo y lugar para escribir la crónica de la carrera. – Esta entrada es larga, muy larga, se los advierto :), pero no quiero dividirla porque la Maratón es larga y no hay descansos intermedios 😉 Además, es una crónica entretenida, llena de acontecimientos y sorpresas.

La Salida

Mi hora de salida era a las 10:05 am. Nos estábamos quedando en Vincennes, a las afueras de París y, contando la caminada a la estación, nos demorábamos 25 minutos en llegar. Desayuné avena con frutos secos, un par de huevos cocidos con sal y mucha agua. A las 9:15 a.m estábamos frente al Arco del Triunfo en pleno corazón de París. A las 9:30 a.m. me iba a encontrar con dos Pasadena Pacers para tomarnos unas fotos.

 

Comenzamos a caminar hacia los corrales y nos acomodamos donde pudimos. Ahí encontramos dos mexicanos y otra corredora de los Pasadena Pacers! Charlamos un rato y el ambiente era espectacular. Aunque la calle era enorme, la cantidad de corredores hacía que el espacio entre cada uno fuera mínimo. El sol empezó a calentar y mientras esperábamos, la mayoría de corredores nos quitamos las chaquetas y las camisetas manga larga para correr en camisilla porque se veía venir el calor. Empezó la cuenta regresiva, aproveché para entrar a un baño y crucé la línea de salida a las 10:20 a.m.

Kilómetros 1 al 15

Al salir sentí en mi cuerpo la emoción y las ganas de salir a toda velocidad, pero me regulé y logré mantener un ritmo súper controlado de 6:15 por km. Los primeros 5k serían para encontrar mi ritmo y eso hice. La marca de los 5k era en La Bastilla y allí me encontraría con los niños. No los vi. Allí había un punto de hidratación, tomé agua, comí banano y naranja y seguí. Los siguientes 5k fueron a un ritmo promedio de 6:07 min/k, que fue el ritmo en el que finalmente me acomodé.

No sentía que pudiera ir más rápido por el calor que hacía así que me enfoqué en mantener ese ritmo sabiendo que mi meta #1, lograr hacer la maratón en 4 horas 8 minutos, no iba a ser posible. Las condiciones no estaban a mi favor. No me afané. Aún debía lograr hacer los intervalos negativos y llegar en 4 horas 15 minutos, metas que lograría si seguía a ese ritmo. En el avituallamiento del km 10 agarré otra botella de agua y más banano y naranja.

En el kilómetro 12 me esperaba Jota con Camille y Valentine, nuestros amigos en París. Me dio mucha alegría verlos, Jota me ofreció un banano, pero no se lo recibí porque la carrera estaba dando suficientes.

 

Ahí seguía a un ritmo de 6:00/km y me sentía muy tranquila. El paso por el Bosque de Vincennes es aburrido, pero el lugar es de un verde hermosísimo y como la ruta cambia de dirección, el sol que antes tuve frente a mí, ahora estaba a mis espaldas.

Kilómetros 15 al 25

Al llegar a la mesa de agua del km 15, me acerqué a agarrar la botella y mi pie izquierdo cayó en la canaleta entre la calle y el andén. En fracción de segundos sentí frío, ira y preocupación. Mi zapatilla estaba empapada y el pie hacía burbujas en cada paso. Obviamente seguí corriendo, pero sabía que la ampolla, tarde o temprano, llegaría. Por 3 km mi velocidad bajó a 6:15 porque sentía la incomodidad en el pie. Me presioné para dar más y seguir al ritmo que traía. Apreté de nuevo.

Volví a acomodarme en 6:00/km y pasé la mesa de hidratación del km 20 por un lado. Esa estaba aún más mojada y yo ya estaba sintiendo la ampolla en la planta del pie. Un ligero ardor me acompañaba y así pasé la marca de la media maratón. 2 horas 8 minutos. Lograr mi meta de 4:15 era posible, pero para lograrlo tenía que hacer la segunda mitad en 2 horas 7 minutos.

Ya quisiera uno que el running fuera tan matemático como parece; que hacer una maratón fuera tan fácil como doblar el tiempo de una media maratón. Nada más falso. Hay cosas muy sencillas que pueden cambiar totalmente el destino de la carrera. (Llegamos a Milán. Estoy sentada en el apartamento de un gran amigo del colegio terminando la crónica.)

En el kilómetro 23 pasó lo más inesperado. Escuché el grito de los niños y de la mamá de los niños: ¡TATA! Con toda la fuerza que se puedan imaginar. El corazón me saltó y la emoción me invadió.  La gente que estaba alrededor se enterneció con los gritos de los niños y me aplaudieron con alegría. Fue el momento más valioso.

Durante los años que trabajé con los niños, mi objetivo fue crear memorias imborrables. Vivir con ellos cosas que crearan valores en los más profundo de su ser. Ese instante fue uno de esos. Aunque lo que me dijeron en el momento fue: “¡Estás muy sudadaaaaa, guacala!” jajajaja, sé que jamás olvidarán ese viaje a París para verme correr en un maratón. Momentos invaluables. Me despedí y todos los que estaban en la zona me gritaron Aller Tata Aller. Continué con el corazón a mil por hora.

Ahí me enfoqué en bajar mi frecuencia cardíaca y controlar mi respiración. En el kilómetro 25 aún estaba a 190 y pico pulsaciones por minuto y nada que podía respirar con calma. Si seguía así no iba a terminar.

Kilómetro 25 al 35 – El Muro

Hay varias cosas que se me juntaron en este segmento. Una, la emoción eterna de ver a los niños; dos, el muro; tres, un voluntario de los bomberos abrió la manguera justo cuando yo pasaba y directo a mi zapato izquierdo; cuatro, no haber encontrado a Jota en el km 30 para que me entregara la botella con bebida isotónica que me hacía falta. Fiasco total. Una emoción fuerte en una maratón hay que evitarla. Todo debe ser muy controlado y parejo. Vuelve y juega, la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Ese momento de dicha es como un susto bien hp: uno queda alterado por un rato muy largo y regular las pulsaciones y la respiración es casi imposible. Me costó mucho trabajo volver a un ritmo constante y de ahí en adelante reduje la velocidad. Vi pasar al Pacer de las 4 horas 30 minutos y fue muy desmoralizante.

La única meta que me quedaba por delante era terminar. Tristeza, ira, miedo, dolor. El pie empapado nuevamente y la ampolla cada vez más dolorosa. En la mesa del kilómetro 30, aún con el corazón a 185 ppm, comí naranjas y me tomé la tercera pastilla de sal que llevaba. Ya resignada a no encontrar a Jota y dispuesta disfrutar el Muro en todo su esplendor (para poderlo describir en esta crónica ;)). La sensación es abrumadora: escalofríos, sudor, desenfoque de la mirada, debilidad en los hombros, en los muslos, y una lucha mental por seguir. Eso hice, viví el Muro, lo percibí con todos mis sentidos y seguí.

Pensé en lo duro que fue llegar a París. En lo difícil que fue conseguir los pasajes de avión. Los gastos de la gata que murió en diciembre nos dejaron sin esperanzas de viajar y luego la mudanza y todos esos problemas. Mientras corría y respiraba profundo, recordé el día en que le dije a Jota, mejor no vamos… o mejor yo voy sola, corro y me devuelvo, y él me dijo, “nono, tú sigue entrenando y verás que todo nos sale bien.”

Los túneles del recorrido de la Maratón de París son la putada más grande. Son oscuros, escasos de aire, con cero espectadores. Esos túneles (3 entre el km 25 y el 30) representaron para mí todos los obstáculos que tuvo esta maratón. Cada vez que veía la luz al final de los túneles, recordaba esos momentos de esperanza de los últimos dos meses comprando los pasajes, contactando amigos para hacer de esta maratón, la excusa perfecta para un viaje inolvidable. Recordé cómo esas decisiones en momentos difíciles son las que nos hacen extraordinarios. O paras o sigues. Y no hay otra opción, pa’lante. “No hay camino, se hace el camino al andar.”

Mis amigos de Pasadena Pacers me hicieron unas notas de ánimo para que las abriera en la milla 20/km32. Eso hice. Comencé a leer mis notas y me fui llenando de energía y positivismo. Ya no lograría mis metas propuestas, pero debía terminar y sin lesiones. No podía permitir que la ampolla me dañara la postura y eso se viera reflejado luego en un dolor en otro lado. Debía tolerar el dolor de la ampolla a como diera lugar y terminar con una sonrisa en el rostro como tanto me lo recordaron en Twitter e Instagram.

Uno de los sobres de los Pacers tenía un charm rojo que decía 26.2 millas, me lo puse en la muñeca izquierda y lo entrelacé entre mis dedos. Sentí una recarga de energía y todo cambió. Atravesé el Muro.

Kilómetros 35 al 42

Logré ubicarme sobre la línea verde que indica el recorrido más corto de la carrera. Siguiendo la línea me di cuenta que si me iba hacia el lado derecho de la calle, debido la inclinación que tiene, el dolor y el ardor de la ampolla me desconcentraban totalmente. Me ubiqué en el centro y me di cuenta que mis pulsaciones ya estaban reguladas. Logré mejorar un poco la velocidad, nada muy notorio, pero mi cuerpo respondía mucho mejor y sólo debía mantenerme. Empecé a ver personas a los lados postradas y recibiendo auxilio. Eso, con toda la ironía que representa, es una motivación enorme. “Acá estoy yo, de pie, moviéndome aún, dando la pelea. ¡Sí puedo!”

Vi la marca del km 41 y traté de acelerar, pero no pude. Simplemente me mantuve y animé a los que veía en peor condición que yo.  Seguí y vi la cámara, no pude evitar saltar 😀 y crucé la meta. Mezcla de alivio y alegría.

Lo había logrado. Una vez más, la meta de mi segunda maratón. Muy por encima del tiempo que hubiera querido, pero sin duda alguna, mucho mejor que en mi primera maratón. Y el aprendizaje, incomparable.

La Maratón de París entrega la camiseta y la medalla al final, cuando te las has ganado. La reclamé y comencé a caminar hacia la letra J, donde había quedado de encontrarme con Jota.

Cruz Roja

No crean que ahí terminó todo. Nonono, el show está por empezar.  Cuando estaba caminando decidí agarrar una manzana, no quería más banano ni naranja. Mordí la manzana y el dolor de estómago fue inmediato. Me senté en un andén y ubiqué uno de los baños. Lo encontré, respiré profundo varias veces y me dirigí al baño a desocupar mis entrañas J Salí y logré caminar unos 100 o 200 metros más. Sentí ganas de vomitar, pero seguí caminando. Me tomé una botella de agua a sorbos y me senté en el piso con otros corredores. Me acosté sobre el piso y me quedé dormida, eran las 3 de la tarde y a esa hora me había sentido súper cansada los días anteriores.

Abrí los ojos, me levanté y seguí caminando. Las ganas de vomitar fueron insoportables y caminé hacia una esquina, me deshice el pedacito de manzana que había mordido y me sentí muchísimo mejor. Seguí caminando y logré llegar a la letra J. Ahí me senté y el sueño me estaba matando. Así que me acomodé en el piso y me volví a quedar dormida. Un grupo de franceses que estaban ahí reunidos me despertaron al rato y se angustiaron muchísimo. Había un bombero entre ellos y me dijo que mi piel se veía como la de a quien se le ha bajado el azúcar. Así que otro del grupo se fue a buscar a la Cruz Roja.

Me rodearon y no me dejaron parar del piso, me dieron comida, agua, elevaron mis piernas y me ayudaron a quitarme los zapatos. Yo sentía que yo estaba bien y que sólo necesitaba que Jota llegara con mi ropa de cambio porque me estaba ya congelando con toda la ropa sudada, y con la botella de agua, miel, limón y sal que tanto necesitaba. El grupo de franceses decidió quedarse conmigo hasta que llegara la atención médica y en esas apareció Jota. El pobre me vio y casi le da un yeyo jajajaja yo estaba botada en el piso y rodeada de gente.

Ahí mismo, cubierta con el poncho, me cambié 100% de ropa y obviamente me sentí mil veces mejor. Me dio la botella de bebida isotónica y me la tomé en un momentico. Llegaron los paramédicos. Me acostaron en el piso, me revisaron signos vitales y me preguntaron que qué sentía, yo les dije que tenía sueño por el jetlag y que quería fríjoles. ¡Fríjoles! ¡Fríjoles! Yo me imaginaba la bandeja paisa que me comí en La 70 después de la Maratón de las Flores y se me olvidó que estaba en París. Los paramédicos no sabían si reír o diagnosticarme con alucinaciones. El caso es que decidieron llevarme a la carpa, me levantaron y entre dos me llevaron hasta un carro y me transportaron a la carpa que estaba junto a la meta. Ahí me revisaron de nuevo, me tomaron la presión y me hicieron mil preguntas: ¿Sabes dónde estás? (yo imaginaba la bandeja paisa L) ¿Qué fecha es hoy? ¿Cuándo llegaste a París? ¿Cuánto es el cambio de hora? Me hizo recontar las horas de sueño que les compartí en la entrada anterior. Etcétera. Al final llegó la doctora y me dijo: “¡Tienes hambre y sueño!”. Me dio salida y me fui.

El error estuvo en confiarme en que encontraría a Jota en el km 30 y que él me entregaría la bebida isotónica. No estaba deshidratada, pero no había consumido las calorías suficientes durante la carrera y por eso vi el muro en todo su esplendor. Además, mi cuerpo está acostumbrado, porque así hago en los entrenamientos, a comer algo proteínico máximo 30 minutos después de que termino de correr. Y ese día pasaron más de 60 minutos antes de que comiera algo.

En fin, montones de aprendizaje. Cuando terminé la carrera y me vi en el piso rodeada de gente y vi que no había logrado mis metas, dije ¡qué-maratón-ni-qué-mierda!, pero a los dos días, ya había decidido que necesitaba una segunda oportunidad. Ensayo y error, ensayo y error. Como todo en la vida. Da miedo, da ira, da de todo. Ver que das tanto durante meses y que luego en la carrera nada sale como lo pensabas es muy desalentador. Desilusión. Tristeza.

Pero esas emociones son transitorias y luego dan lugar a emociones más profundas. Satisfacción. Amor propio. El placer de haberlo intentado. Hay quienes temen y no creen que puedan llegar lejos. Saber que hay quienes dicen “París, noooo yo quién sabe cuándo voy a ir por allá y menos a correr una maratón. Eso es muy caro… Eso es muy difícil”. Saber que aunque tuve miedo y dudé, seguí luchando tanto en el camino hacia la maratón como el día de la maratón. A pesar del dolor, de la decepción, algo por dentro seguía luchando. Eso me hace más fuerte y segura de mí misma. Sé que puedo y si yo puedo, tú puedes. De eso no les quede la menor duda.

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Una y mil veces, gracias! Gracias por el apoyo, por sus mensajes, los comentarios en las fotos y los tuits. Muchísimas gracias. Me llena de orgullo saber que lo que hago tiene un impacto así sea pequeñito en la vida de los demás. Que por lo menos motiva a soñar y a unir seres hacia un objetivo común.

¿Siguiente maratón? La Maratón de San Francisco. Aquí sigo, en pie de lucha.

Pondré un álbum con más fotos en mi página de Facebook, este es el link por si le quieren dar dedo gordo arriba 😉

https://www.facebook.com/El-Blog-de-Nati-1475667662761010/?ref=bookmarks 

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PD: Les cuento que hay dos entradas claves para entender lo que me pasó en esta maratón y acá se las dejo porque de verdad que fueron muchas las lecciones aprendidas:

¿Cómo Auto-sabotear tu Maratón? 

Recuperación Post-Maratón y Lesión

No dejen de leerlas pa’ que después no digan que no les avisaron 😉