Esta semana fue un desorden ligeramente organizado.  A nivel laboral fue una semana pesada y extenuante. Las largas jornadas y la intensidad de trabajo hacían que llegara a la casa muerta de cansancio (10 a 12 horas más desplazamiento).  No pude cocinar con juicio y me enfoqué en comer buenos desayunos para compensar un poco el poco esfuerzo puesto en las cenas.  Los almuerzos son intocables, así que de esos ni hablemos.  No pude ir a nadar ni un sólo día, pero por fortuna el domingo fue la CicLAvía de Pasadena y monté bicicleta.

Un poco más de mi semana:

El lunes fue de descanso total. Trabajé 12 horas y quedé molida.

El martes corrí 3.6 millas/5.7 kms que me hicieron recuperar un poco la confianza en la “atleta veloz” que llevo dentro. La segunda milla la corrí a un ritmo de 7:48 mpm o 4:51 minutos por kilómetro. Velocidad que no conseguía desde que entrené en diciembre del año pasado para la 5k en menos de 25 minutos (más sobre eso aquí) 😀  Ya se imaginarán cómo me sentía, me salieron alas en los zapatos.

El miércoles fue descanso total. Este día hubiera podido ir a nadar en la mañana, pero también tendría un día larguísimo de trabajo y decidí dosificar la energía para las 12 horas que me esperaban. Aunque me queda el dejo de no haber ido a nadar.

El jueves corrí 4 millas/6.4 kms en 40:14 minutos. Este día me forcé a ir despacio para usarlo como día de recuperación. El esfuerzo al que sometí mis músculos el martes no podía repetirse y tuve que controlarme bastante.  Ya estoy sintiendo que mi sistema cardiorespiratorio da más y ahora tengo que controlar más la velocidad para evitar lesiones. En palabras de Greg McMillan (con quien tomé mi curso de entrenadora de running): “Muy a menudo, el motor quiebra el chasís”.  Creo que frenarnos es más difícil que esforzarnos por ir más rápido. 

El viernes también fue de descanso total.  Mi plan era ir a nadar, pero me llamaron la noche anterior para que llegara a trabajar más temprano 😫  A estas alturas sabía que esta semana no tocaría el agua.

El sábado es el día de la trotada larga. Corrí 10 millas en 1:38:58 horas.  Fue un día duro porque decidí cambiar el grupo con el que entreno. Usualmente salgo con los de media maratón, pero en el tiempo que llevo con ellos no he visto mucha mejora, es más el apoyo emocional de que todos nos estamos preparando para la misma distancia, que en sí el avance como atleta.  El caso es que me le pegué al grupo de los rápidos, aproveché que ese día irían lento pues estaban en recuperación de la maratón de la semana anterior.  El pacto con el entrenador Edgar era que yo le ayudaba a frenarse y él, a exigirme.  Fueron 10 millas muy gratificantes a pesar de que no pude mantener el ritmo de 9:20 por milla al final. Las 7 primeras sí, pero un error de reabastecimiento de energía (léase: lo que como mientras corro) me hizo quedarme sin fuerzas al llegar a la milla 8. ¡Uff! Sentía que mis piernas eran espaguetis y la debilidad en todo el cuerpo desafió mi mente.  Para los que me conocen y han hecho deporte conmigo saben que tengo mucha fuerza en las piernas así que sentir eso fue desconcertante.  Llegué a pensar que me tocaría caminar todas las tres millas restantes.  Tuve que caminar en repetidas ocasiones (máximo un minuto), pero logré recuperarme.

 

No sé cómo ni de dónde saqué fuerzas para terminar la última milla a muy buen ritmo.  Llegué llorando (sí, con lágrimas en los ojos, ¡hartas!) al Rose Bowl porque no podía creer que lo hubiera logrado.  Fueron las 10 millas más emotivas que he corrido en mucho tiempo. Eso sí, quedé con un runner’s high que ni se imaginan. La traba del mes.

No tengo palabras para describir el apoyo del entrenador.   Siempre estuvo pendiente de cómo estaba y no me dejó botada aún con todo lo que tuve que caminar.  Ese día dio origen a otra entrada que publicaré pronto y va dedicada a mi yo de hace 5 años, cuando empecé a correr.

Por último, el domingo. Me levanté sin piernas, con todo el ácido láctico acumulado y adivinen qué hice… Pués salí a correr. Hice 4.4 milas /7.1 kms de recuperación.  La clave de estas trotadas es  hacerlas muy lento para ayudar a los músculos a eliminar el ácido láctico acumulado y no generar más del que ya se tiene.  Al principio el dolor es fortísimo, pero con el paso de los minutos se empieza a sentir cómo los músculos sueltan y desaparecen todos los dolores.  Luego me fui a Pasadena a encontrarme con los de mi club de running para hacer uso de la CicLAvía angelina. Manejé la bicicleta por aproximadamente 6 millas (casi 10k) a un ritmo tranquilo, pero exigente.

En fin, de moraleja me queda que no debo subestimar 16 kilómetros y pensar que con el desayuno es suficiente.  Fue una embarrada enorme no consumir mis gomitas de electrolitos al ritmo que usualmente lo hago, cada 2 millas/3.2 km, pues las piernas me cobraron la falta de combustible y con ganas.  Gran error, gran enseñanza.  De todo se aprende en esto del running.  Si hay algún maratonista por ahí leyendo, cuénteme si eso que me pasó se parece al famoso “muro”, ¡me muero del susto!

Nos vemos (leemos) la próxima semana 😉

PD: Cerré mayo con 91 millas, 145.6 kilómetros ¡oh yeah!

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Si se perdieron la semana 17 la pueden ver aquí

Y la semana 18 la encuentran aquí 🙂